Los acontecimientos ocurridos el 9 de enero en la Zona del Canal marcaron un punto de inflexión en la historia contemporánea de Panamá. La disputa en torno al izamiento de la bandera panameña derivó en una escalada de enfrentamientos violentos que dejó un saldo de 22 personas fallecidas y cientos de heridos, además de una profunda conmoción social y política en todo el país.
Las manifestaciones y disturbios se extendieron rápidamente desde la Zona del Canal hacia distintos puntos de la ciudad de Panamá y Colón. Estudiantes, trabajadores y ciudadanos comunes se vieron envueltos en un escenario de violencia caracterizado por disparos, incendios, saqueos y una respuesta de control por parte de las fuerzas policiales. En medio de este panorama, los servicios de atención médica y de emergencia enfrentaron una de las pruebas más difíciles de su historia.
Desde las primeras horas del conflicto, ambulancias del Hospital Santo Tomás, del Cuerpo de Bomberos y de la Caja de Seguro Social fueron desplegadas para atender y trasladar a los heridos. Sin embargo, el número de unidades disponibles resultó claramente insuficiente frente a la magnitud de los acontecimientos. En muchos casos, vehículos particulares y patrullas de la Guardia Nacional fueron utilizados para transportar a personas lesionadas hacia los centros hospitalarios.
Las ambulancias operaban bajo condiciones de alto riesgo. Los conductores y asistentes médicos debían ingresar a zonas donde aún se registraban enfrentamientos armados, exponiéndose a disparos y agresiones mientras intentaban rescatar a los heridos. El equipamiento disponible se limitaba a vendajes, gasas y algunos insumos elementales para el control de hemorragias y la inmovilización de lesiones.
Uno de los episodios que reflejó el peligro que enfrentaba el personal de salud ocurrió cuando una ambulancia de la Caja de Seguro Social fue alcanzada por disparos. Durante ese incidente resultó herido Carlos Lem, asistente médico que se encontraba atendiendo a un paciente en pleno traslado. El hecho evidenció que ni siquiera los vehículos de emergencia estaban exentos de la violencia que imperaba en las calles.
La Cruz Roja Panameña desempeñó un papel fundamental durante la crisis, movilizando a sus voluntarios y activando brigadas de primeros auxilios, muchas de ellas integradas por estudiantes previamente capacitados. Estos jóvenes brindaron atención inicial a heridos leves y colaboraron en la evacuación de personas afectadas.
Asimismo, miembros de los Boy Scouts de Panamá participaron activamente en las tareas de apoyo. Su presencia fue notoria tanto en las calles como en los hospitales, donde ayudaron en la organización, el traslado de heridos y la atención básica de quienes no presentaban lesiones graves. Su actuación fue reconocida por personal médico y autoridades como un ejemplo de civismo y solidaridad en uno de los momentos más críticos del país.
Al arribar los heridos a los centros hospitalarios, especialmente al Hospital Santo Tomás, se estableció un proceso de clasificación según la gravedad de las lesiones. Los casos leves eran atendidos con curaciones básicas, mientras que los pacientes con heridas de bala, traumatismos severos o compromiso respiratorio eran trasladados de inmediato a las áreas de urgencias.
Los sucesos del 9 de enero de 1964 no solo evidenciaron la fragilidad del orden público en un momento de alta tensión política, sino también las carencias del sistema de atención prehospitalaria y hospitalaria de la época. Al mismo tiempo, dejaron al descubierto el valor, la entrega y el compromiso de médicos, enfermeras, socorristas y voluntarios juveniles que, sin distinción, respondieron al llamado de una nación en crisis.
El autor es licenciado en emergencias médicas, docente, escritor e investigador.

