Cuando yo era joven, conocí a varias personas que, haciendo el trabajo que podían por sus escasos conocimientos académicos, lograban con mucha honra la educación universitaria de sus hijos.
Eran artesanos, empleadas domésticas, planchadoras, choferes, obreros no especializados, campesinos y muchos otros seres responsables a quienes hoy deben su nivel socioeconómico numerosos profesionales prominentes.
Era la forma de dejarles a los hijos una herencia que solo una desgracia les podía arrebatar y que les daba la clara opción de salir de la pobreza hacia una clase media, y luego hasta donde sus capacidades les permitieran.
Hoy tenemos una crisis. Padres y madres que no apoyan la educación de sus hijos. Madres con hijos de varios padres diferentes que no consiguen inspirar a sus hijos al estudio como medio para obtener una vida digna y honesta, y que se “educan” en las calles.
Esto no solo alimenta las huestes de los pobres, sino que muchos de ellos recurren a la delincuencia y al crimen para forjarse lo que creen será un futuro mejor, pero que a la postre se convierte en una prisión de la cual solo pueden salir rumbos a la cárcel o al cementerio.
¿Qué se puede hacer?
No vemos líderes diciendo estas cosas en forma sencilla, mostrando ejemplos de profesionales que gustosamente podrían compartir su historia y la de sacrificio de sus padres o madres. Claro que hay que escoger bien los ejemplos, sin amiguismo, favoritismos ni intenciones políticas, pues de lo contrario estaríamos fomentando justamente aquello que no deseamos para nuestros jóvenes.
Estos líderes podrían “predicar por la educación” desde múltiples plataformas: educadores reconocidos, líderes políticos, gremiales, empresariales, cívicos y hasta religiosos.
Pero nadie lo dice. No entiendo por qué. Al menos no en tribunas ni a un volumen que uno pueda escuchar. Solo percibo historias de jóvenes que se crían “en el barrio”, de niñas que quedan embarazadas o que son violadas, de sicarios menores de edad y, en general, de personas que no tuvieron la dicha ni el ejemplo de padres trabajadores que se esforzaron por ellos. No hay mejor forma de enseñar que con el ejemplo.
Además, parece que los jóvenes —especialmente los varones— ya no valoran la educación en su justa medida. Yo siempre he dicho que, si supieran la diferencia en los obstáculos que pone la vida a los que estudian y a los que no estudian, las universidades estarían repletas. Pero no lo saben. Nadie se los dice con la fuerza suficiente para superar el volumen de los “amigos”, aquellos que los incitan por el mal camino, tal vez porque ellos mismos no conocen otra cosa.
Hace unos días vi noticias de una graduación donde más del 90% eran mujeres. Muy bien por ellas, pero muy mal por todos los varones que, dejando un vacío, pasan a engrosar las filas de las personas sin educación.
Hay quienes dicen que esta situación es fomentada por los políticos para crear multitudes más maleables, más fáciles de convencer. Yo, honestamente, no creo que este nivel de cinismo y maldad sea posible. Más bien pienso que es un deterioro generacional que, si bien solo podrá ser revertido poco a poco, puede corregirse si se toman medidas como las que he mencionado, para dejar un legado a las generaciones futuras.
Si los líderes no hacen esto ahora, pagaremos las consecuencias con un Estado fallido y empobrecido. Pero sigo siendo un optimista.
El autor es ingeniero, informático y escritor.

