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¿Cuántos bachilleratos necesita Panamá?

En el contexto de un taller curricular universitario, surgió inquietud sobre el número de bachilleratos del sistema educativo panameño. Indagando en fuentes oficiales del Meduca, se encuentra que hacia el año 2008 había una oferta promedio de más de sesenta bachilleratos, pero con la transformación curricular de los años siguientes (Decreto Ejecutivo 82, del 19 de febrero de 2013) estos se redujeron a quince (hoy son veintiocho, según Isis Núñez, directora nacional de Currículo y Tecnología Educativa, entrevistada en TVN el 22 de diciembre de 2025). Llama la atención esta variabilidad en el número de bachilleratos. Así que quiero revisar aquí algunos criterios que sirvan para examinar esta situación y ofrecer argumentos que ayuden a pensar en alternativas constructivas para los responsables últimos de la calidad educativa nacional.

Creo que inicialmente se debe recordar qué significa ser un “bachiller” (más allá de los tipos o énfasis de moda). A nivel etimológico, la noción de bachiller es compleja, pues cambia según los idiomas y las sociedades en las que se usó. Lo cierto es que, a partir del siglo XVII, se adaptó al ámbito académico y se asoció al latín bacca (baya) y lauris (laurel) para hablar de baccalaureus, que equivalía al reconocimiento que se daba a quienes lograban su primer grado académico, colocándoles una corona de laurel con bayas. Hoy, en el contexto hispanohablante, y variando de país a país, el bachillerato se entiende como la conclusión de la enseñanza media o, en algunos casos, como el primer grado universitario previo a la licenciatura.

Ahora bien, lo importante es comprender el origen funcional del término, es decir, cómo se entendió este grado académico históricamente. El origen remoto viene de la Edad Media y parte de los grupos de estudio del clero en las escuelas episcopales, donde también podían participar los laicos (estudiando las artes liberales inspiradas en la educación clásica griega). Ahí se ofrecía un programa de estudios indispensable, que debía adquirirse para que luego (y esto es importante) el educando ingresara al aprendizaje de un oficio del cual vivir. Así, el bachillerato se concibió como la fase previa a la enseñanza profesional, la cual ayuda al educando en la construcción de su base cultural general de modo sistemático e integral. Para nuestros tiempos, es la calidad del bachillerato, y no tanto el número, lo realmente importante, ya que su objetivo fundamental es formar hábitos humanos y académicos sólidos en quien ingresará al nivel de especialización profesional universitaria.

Cuando en un sistema educativo el número de bachilleratos tiende a aumentar, se pueden suponer dos cosas: primero, en un afán más mercantil que educativo, se infla la oferta educativa preuniversitaria con itinerarios formativos que acentúan la dimensión profesionalizante de la vida académica, más que su valor humanístico y científico; segundo, debido a lo anterior, se ha vaciado de sentido esta etapa formativa tan fundamental para la identidad cultural del discente, ya que las asignaturas que deberían constituirlo en sujeto dotado de pensamiento crítico y una visión amplia de la realidad se ven sustituidas por asignaturas especializadas que lo capacitan solo en un área del conocimiento, pero que lo dejan a oscuras en cuanto al resto de los saberes (fenómeno conocido como “inteligencia ciega”). Los resultados de lo previo son lógicos: se crea una sociedad formada por personas manipulables en lo político y reducidas a las necesidades económicas creadas por el mercado y el marketing. Tristemente, todo lo anterior, por la vía educativa.

Ojalá que estas consideraciones ayuden, particularmente a los equipos curriculares del Meduca, a algo más que una revisión de la etapa educativa aludida, es decir, a responder a las exigencias educativas (y no solo a las urgencias) en sentido prospectivo. Sin la edificación de un sujeto panameño culto, ni la implementación de computadoras, ni la inteligencia artificial, ni ningún recurso tecnológico alternativo podrá servir para reconstituir una nación digna del futuro histórico que amerita el país.

El autor es docente universitario.


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