Sin duda la democracia liberal, estándar de occidente, está pasando por un momento muy difícil, podríamos decir que crítico.
En todas partes afloran los partidos extremistas, que logran convencer sobre todo a los jóvenes, quienes no han vivido los desastres del militarismo, la guerra y las dictaduras cruentas.
Cabe entonces pensar en la debilidad inherente a la democracia liberal, y cómo esta pudiera compensarse.
Por un lado, en los países de partido único, estos tratan de mantener la política dentro de un cauce y evitar los desvíos causantes de muchos problemas. No obstante, esto lo hacen con un gran costo social, especialmente para todos aquellos que difieren de la “línea oficial”, y, cuando el partido está al servicio de un líder, entonces muta rápidamente hacia una dictadura, abierta o disfrazada y, por tanto, resulta una opción muy peligrosa para un país.
Por otro lado, en la democracia liberal, pareciera que, si no corregimos los defectos propios de esta, derivará pronto en partidos únicos o partidos extremistas.
La pregunta es ¿por qué?
En las democracias liberales más desarrolladas son las instituciones las encargadas de mantener en su cauce a los gobiernos, evitando el desborde de los ríos del devenir político-social de los países, y las “inundaciones” y daños que esto ocasiona.
En las democracias menos desarrolladas, como la nuestra, tenemos instituciones débiles que típicamente son controladas desde una presidencia fuerte, desde grupos económicos privados o desde una asamblea que en los últimos tiempos no ha representado los intereses del pueblo, sino de algunos “políticos” quienes solo buscan enriquecerse, sirviéndose de los presupuestos del Estado, muchas veces de maneras burdas y evidentes.
Por otra parte, con frecuencia en las democracias liberales más desarrolladas se utilizan métodos más sofisticados para el mismo fin, como, entre otros, el conocimiento previo de decisiones que afectan a los mercados de capitales, y permiten a los políticos obtener grandes ganancias, lo que la ley califica como un delito, aunque muy difícil de probar, salvo excesos o descuidos de los delincuentes.
Sin embargo, el problema principal es el asalto a las instituciones, colocando personas que responden sólo al gobernante que desea convertirse en dictador. Esta distorsión ya la podemos ver en democracias supuestamente vacunadas contra esos males, y que en el pasado reciente fue algo que lograron los nazis, con resultados terribles para la humanidad.
La historia es la maestra perfecta, si uno sabe leerla e interpretarla, y justo por eso es por lo que, en los desvíos de las democracias liberales, una de las cosas que esos gobernantes tratan de lograr es el “revisionismo”, que no es más que negar hechos históricos o matizarlos de tal forma que faciliten la justificación de las acciones de los nuevos autócratas.
Otra debilidad de la democracia liberal, más difícil de controlar sin las instituciones correspondientes, inexistentes o muy débiles en muchos países, es el advenimiento de líderes o partidos populistas. Estos generalmente se sitúan en los extremos del espectro político, y engañan a los incautos o a aquellos que se quieren dejar engañar, cansados de gobiernos que sienten que no les proveen condiciones para el desarrollo individual y colectivo.
Hay países donde se declaran ilegales a los partidos extremistas, pero esto debiera controlarse mediante un tribunal especializado y con la anuencia de la asamblea, claro que lejos de un control por parte del ejecutivo o de partidos que quieran “eliminar la competencia”.
Como remedio, aunque sea parcial, hay quienes consideran que solo deben poder votar las personas con cierto nivel de educación, cosa que tiene lógica pero que dispararía todas las alarmas de quienes defienden a toda costa a los “derechos humanos”.
Todo lo anterior no pretende ser una solución a los graves problemas que vivimos; no obstante, son ideas abiertas a discusión y que sabemos que son difíciles de lograr, para lo cual hay que fortalecer o crear las instituciones que eviten esos desvíos que ponen a prueba nuestra democracia liberal.
El autor es ingeniero, informático y escritor.

