La historia panameña tiene un episodio tan jugoso como incómodo: el incidente de la tajada de sandía de 1856. Un extranjero borracho intentó llevarse la fruta sin pagar; un vendedor panameño le reclamó y lo que parecía una simple escena de mercado terminó en disturbios con muertos y heridos. Detrás de la fruta estaba el símbolo: el irrespeto extranjero y la dignidad nacional. Por una tajada, el pueblo se encendió. No hubo “mesa de diálogo”, ni “comisión de notables”, ni mucho menos “esperemos las próximas elecciones”. Hubo rabia, acción y, aunque sangrienta, una respuesta inmediata.
Avancemos al Panamá del siglo XXI. Ya no se discute por sandías, sino por contratos mineros multimillonarios, hospitales inconclusos, medicinas ausentes y escuelas cayéndose a pedazos. Y la reacción popular, en comparación, resulta risible, cuando no vergonzosa. El mismo pueblo que se levantó por una fruta hoy se queda en casa viendo novelas turcas, lanzando tuits de indignación o esperando que algún “líder” con megáfono organice la marcha. Antes la sandía valía muertos; hoy, los millones valen memes.
“Un pueblo que antes defendió la dignidad con piedras, hoy la vende por likes.”
Alguien dirá que exagero. Que los tiempos son distintos. Que ahora tenemos democracia. Sí, claro: democracia de tarjetazo, democracia de bolsa solidaria y democracia de circo electoral. En 1856, un extranjero irrespetó a un vendedor y la gente lo tomó como una afrenta colectiva. Hoy un político roba en tu cara, suben la luz, la gasolina y la comida, y el pueblo responde con un resignado: “Ni modo, así es Panamá”.
“Cuando la indignación se vuelve costumbre, la injusticia se vuelve paisaje.”
Lo más irónico es que la historia se repite, pero invertida. Antes, el abuso venía del extranjero y el pueblo respondió con dignidad. Hoy el abuso viene de adentro: de los mismos con fuero, corbata y chofer pagado con tus impuestos.
¿Qué dirían aquellos panameños de 1856 si vieran que, 169 años después, la dignidad se vende al precio de una recarga de cinco dólares? Tal vez pensarían que el Canal nunca se lo quedaron los gringos, sino que los panameños lo entregaron solitos, en cuotas de Black Friday.
“El verdadero saqueo no se hace con armas extranjeras, sino con firmas locales.”
El sarcasmo de la historia es cruel: en 1856, por una tajada de sandía, se encendió una chispa que puso en jaque al poder extranjero. En 2025, por millones en corrupción, lo único que se enciende son los fuegos artificiales de Año Nuevo que los mismos políticos pagan con nuestro dinero. El pueblo observa, suspira, se queja un rato y luego vuelve a aplaudirles en la tarima.Eso no es dignidad: eso es masoquismo con sabor a sancocho recalentado.
Lo curioso es que en las escuelas todavía se enseña el incidente como ejemplo de valentía nacional. Pero nadie se atreve a hacer la pregunta incómoda: ¿dónde quedó esa valentía?¿En qué momento cambiamos la furia por la flojera? Tal vez porque la dignidad, como la sandía, se volvió mercancía. Y cuando todo se compra, la rebeldía también se vende.
“Un pueblo que se acostumbra a sobrevivir, olvida cómo luchar.”
Si en 1856 la historia se escribió con sangre por una fruta, en 2025 se escribe con tinta invisible: la de los contratos firmados en oficinas refrigeradas mientras afuera la gente hace fila en el Seguro Social.
El gringo borracho de ayer es el político borracho de poder de hoy.
La diferencia es que al primero lo enfrentamos; al segundo lo reelegimos, felices de la vida, “porque me dio mi vale digital”.
“El problema de Panamá no es que falte sandía, es que sobra conformismo.”
En conclusión, el incidente de la tajada de sandía no es una anécdota de museo: es un espejo cruel. Nos recuerda que antes éramos capaces de defender la dignidad hasta por lo mínimo, mientras hoy la regalamos por lo máximo.Quizás la sandía de 1856 estaba más madura que el pueblo actual.
Y la gran pregunta es: ¿cuándo volveremos a tener hambre de dignidad?
Porque si seguimos así, el próximo capítulo no será por una tajada, sino por las migajas de una mesa donde solo comen los mismos de siempre, y el resto, como buenos panameños, dirá resignado:
“Ni modo, así nos tocó”.
La autora es profesora de filosofía.

