El debate acerca del Seguro Social que ha convocado a todo Panamá, sin embargo, ha perdido de vista el sentido de urgencia, y la culpa la tienen dos factores:
La creencia de que existe una palanca institucional que, a como dé lugar, en caso de urgencia, nos sacará las castañas del fuego. Personas con estudios y carrera pública han pregonado que el Estado, en último término, deberá hacerse cargo del pago de las pensiones. El Estado nunca podrá obviar este deber constitucional o de gobernanza. Al escucharlos, se siente resonar el aporte del Canal de Panamá que rebasa los dos mil millones de dólares. Vaya providencial yacimiento contra todo vendaval.
La idea de que, a pesar de todo, los empréstitos serán siempre una salida. Esta opción se apreció en todo su esplendor sobre todo durante la pandemia de covid 19. Sin escrúpulo alguno, se apeló a esta fórmula. Es lo que explica que la deuda pública supere ya los 40 mil millones de dólares.
Es decir, un pensamiento mágico se ha apoderado de la nación. Se cree que estamos vacunados contra tormentas de todo orden. Dios es panameño; sin embargo, los signos de un terremoto social asociado a la Seguridad Social están a la vista. ¿Pero qué ocurre?
Académicos y legos juran que la cuestión está en disparar discursos incendiarios, diagnósticos iconoclastas y soluciones de otros siglos. Se regodean en sus conclusiones, empero, la pregunta es: ¿qué hacemos? Al ir al médico, el diagnóstico es clave, pero, ¿qué pasa con la atención de la patología? Hay expertos del patio a los que les trae sin cuidado la urgencia actual. Esa es la arena de otro costal.
Se sostiene que, si perdimos 19 años sin hacer nada respecto al Seguro Social, ¿por qué no podemos invertir un tiempo más en el examen del problema y la solución? Nada les importa que las arcas de la entidad estén vacías, o a punto de colapsar. O sea, si allí están los fondos de la ACP, que son de todos, y que podrían tapar ese agujero negro sistémico de la entidad.
Hay quienes festinan el “fracaso” del Presidente, ¿del presidente Mulino? Vaya insensatez y restricción de miras. El traspié del Presidente, en esta coyuntura, está lejos de ser un asunto privado, personal, exclusivo del inquilino del Palacio de las Garzas. ¿Es qué no han escuchado por quién están doblando las campanas? Pese a todas las reyertas técnicas y, hasta politiqueras, el dinosaurio de la quiebra del Seguro Social está en el centro de la escena. Se trata de una lúdica metáfora, pero, ¿quién se pone a jugar damas con un huracán? Las risas de hoy, serán la histeria y la angustia de mañana.
Por algo la humanidad creó y forjó la ciencia, la técnica y la tecnología. Para que ciudadanos y gobernantes las utilizáramos. Un matemático está obligado a sacarle punta a los números en un cálculo, igual deben hacer los ingenieros o los epidemiólogos. Es menester empinarse sobre las limitaciones. Panamá es un país de educación y formación precarias, pero deberemos ser coherentes. No podemos exigir lo que no estamos dispuestos a llevar a la práctica. Y, algo simple, si deseas un mundo mejor, debes aportar tu grano de arena para el mismo. Tus falencias no pueden ser tu único aporte, tu exclusivo capital.
Solicitar una reingeniería de la economía política nacional no se puede lograr a palo seco con la microeconomía de la CSS. Estirar hasta el delirio la coyuntura, es negarse a una solución. Los trece años de la guerra civil de Siria dieron al traste con la tiranía de Bashar Al Asad, sin embargo, en los 19 años perdidos por Panamá en derroche, corrupción y desgreño, ya pasados, ¿qué tenemos? Más de lo mismo y, eso sí, una descomunal intolerancia, una frívola negación del sentido de la oportunidad. Es decir, luego de no hacer nada por casi cuatro lustros, ahora se le demanda al presidente de turno que se coma sus palabras. Le dicen que quien le dijo está allí para salvar el Seguro Social y otros apremios, simple y llanamente, le engañó, le manipuló, le hizo mártir de su candidez.
He escuchado a intelectuales y pensadores de todo cuño sostener que el Presidente está fuera de la realidad, pues olvida de dónde viene su mandato. ¿Y eso qué importa? ¿Se va a descalificar al mensajero por razones tan baladíes y espurias? ¿Acaso lo que importa no es salvar al Seguro Social? Quienes declaran estas cosas, están muy mal, pues, ¿no es cierto que lo dice Pedro de Juan habla más de Pedro que de Juan? La historia propone salidas sorprendentes, a veces impresentables, pero es que la vida no es un lecho de rosas. La Segunda Guerra Mundial no pudo ser más cochambrosa y terrible, pero el orden mundial derivado de ella fue adoptado con optimismo y entusiasmo. La contemporaneidad, con resiliencia y estoica visión, le tomó la palabra a la oportunidad. Ahora, el ocupante del palacio presidencial ha ofrecido una mejora sustancial de la CSS, ¿no resulta lícito y encomiable, en consecuencia, apoyar tal emprendimiento?
Por cierto, ¿qué otra salida existe? Sin procrastinación alguna se debe abrazar esta iniciativa. No podemos permitir que se pierda esta oportunidad. Panamá era un modelo en salud pública en protección de la infancia y de su población, eso se perdió por falta de compromiso ciudadano. La ciencia útil se tiró por la borda. Hoy las redes sociales hasta le dan audiencia a los antivacunas, a los negacionistas del buen hacer en la salud humana.
Al margen de las discrepancias y desacuerdos, una cosa es cierta, el director de orquesta por ley y ética de trabajo, es el presidente. Querer defenestrarlo, desautorizarlo, colocarlo en la picota del escarnio público, es hacerle un flaco favor a la república. Algunos quisieran replicar en Panamá lo ocurrido hace unos días en Corea del Sur, pero, ¿para qué? Por cierto, ha cogido cuerpo una epidemia de pedir renuncias, pero, de seguir, no dejaría títere con cabeza. Como si descabezar líderes coyunturales o empoderados, resolvería los problemas. Además, para poder tomarse una orquesta sinfónica, como decía en su filme Federico Fellini, usted debe saber de música y de dirección. No es factible ejecutar la Sinfonía nº 9 en re menor de Beethoven, sin ser un as en estas lides corporativas de la música. Preguntar a Gustavo Dudamel quien intervino el sábado anterior en la reapertura de la parisina Notre Dame.
Dicen que este diciembre es un tiempo exiguo, pero, qué cosa, en casi veinte años lo único que se hizo fue probar suerte con la indolencia. Eso sí, la corrupción rampante, la ausencia de frenos éticos y la demagogia, hicieron su agosto. Y, vale decir, que la venalidad fue profusa: vandalismo de escuelas, robo de vigas, auxilios económicos sin moral, equipos inservibles para generar pozos y el saqueo desaforado de las arcas públicas a ciencia y paciencia de la población. El Seguro Social era un traste del que se huyó, otra pieza del kafkiano absurdo nacional.
Ahora, más vale tarde que nunca, y que nadie crea que lo que está en cuestión es la testa del presidente Mulino. Se debe apuntalar una salida inteligente y viable. En veinte días se pueden sentar las bases conceptuales de una arquitectura institucional de fiar. Es una paradoja, pero cuando hay mala fe hasta los expertos pueden gestar adefesios. Monstruos de gran potencia autodestructiva. La cuestión no es jactarse de ser sabelotodo y bravucones de academia. No se debe confundir el debate con el adoctrinamiento. Y, otra cosa, lo perfecto termina siendo enemigo de lo bueno.
No nos queda tiempo para procrastinar. La Navidad debe ser un acicate de la tarea. Esta es la hora de ser contributivos y generosos con la verdad y el futuro de la nación.
El autor es psicólogo y catedrático de la Universidad de Panamá.
