Para enfrentar “la amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional y a la política externa de Estados Unidos que representa la situación en Venezuela”, el Presidente declaró la semana pasada al país en “estado de emergencia nacional”.
No, no fue Richard Nixon hablando sobre Chile durante la presidencia de Salvador Allende. Ni Ronald Reagan justificando la guerra contra los sandinistas en Nicaragua en la década de 1980. Esto sucedió la semana pasada en Washington D. C. y el autor del desatino fue Barack Obama.
Recién emitida la orden de Obama, sus voceros se apresuraron a informar que el lenguaje empleado no era sino una formalidad necesaria para implementar las sanciones. Es decir, que no había que tomarse tan en serio el asunto de la amenaza a la seguridad nacional ni de la emergencia. ¿Entonces para qué tanta alharaca?
Ni tardos ni perezosos, Nicolás Maduro y su comparsa latinoamericana condenaron el intervencionista pero inverosímil ataque verbal al gobierno de Maduro, y este se aprovechó de la descuidada declaración de Obama para darle otra vuelta a la tuerca al autoritarismo y solicitar una ley habilitante “antiimperialista” que le permitiría gobernar por decreto por tiempo indefinido. Amenazante, Cabello ha anunciado que “quien no esté dispuesto a defender la patria, seguramente está dispuesto a ser un traidor …y como tal debe ser tratado”.
La oposición venezolana, que debe estar pensando que con amigos como este quién necesita enemigos, ha optado por bajarle el volumen a la estridente declaración de Obama. El Nacional ironiza sobre su significado y queriendo restarle su carácter ominoso describe la reacción del gobierno como “una guerra boba, una conflagración imaginaria manipulada con fines electoreros y que, si no parte de una premeditada y maliciosa interpretación de las medidas adoptadas por Barack Obama, implicaría que nuestra cancillería es un reducto de incapaces”.
Boba o no la guerra, a Charles Shapiro, exembajador de Estados Unidos (EU) en Venezuela, le parece que el lenguaje utilizado por el presidente Obama para justificar las sanciones “no es muy inteligente. Si bien en EU es un legalismo sin mucho sentido, en Venezuela es un enorme regalo a Maduro y una bandera para unir a sus partidarios”.
Parecida ha sido la reacción de Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano en Washington D.C. “Venezuela es un desastre, pero nadie cree seriamente que representa una amenaza para la seguridad nacional de EU. Incluso cuando los poderes de Hugo Chávez estaban en plenitud y tenía ambiciones regionales y globales, la administración de George W. Bush nunca empleó este tipo de lenguaje, que es poco feliz, muy inflado y que ya ha demostrado ser costoso”.
En América Latina la reacción ha ido del desmayo a la consternación. “No es fácil entender por qué la administración de Obama dice estas cosas”, me dice el expresidente de Colombia César Gaviria, quien ya ha criticado públicamente al gobierno de Maduro por sus violaciones a los derechos humanos. “Es una acción inconsistente con el resto de su política exterior y con lo que acaba de hacer con Cuba”.
Más diplomático, el exembajador de México ante Naciones Unidas Enrique Berruga dice que “el lenguaje definitivamente es exagerado, pues aunque se desatara una guerra civil en Venezuela, los efectos sobre EU no irían más allá de algún impacto en los precios del petróleo y alguna presión migratoria de venezolanos que intenten ir a EU”.
Además del perjuicio que le ha ocasionado a la oposición en Venezuela, Obama ha enturbiado el acercamiento a Cuba porque “coloca a la isla en una posición sumamente incómoda”, me dice Shifter. Y además, no podemos hacer a un lado que en un mes se celebrará la Cumbre de las Américas que tantas expectativas había despertado por el deshielo entre Cuba y EU. Ya Evo ha dicho que Obama debería pedir perdón antes de la cumbre.
Lo lamentable es que después del bochornoso silencio de los países latinoamericanos ante los abusos de Maduro y sus compinches, la condena de Obama se ha ahogado en un mar de críticas por su lenguaje desproporcionado. Había que condenar a Maduro con energía, pero dentro de la razón, no con una declaración inflamatoria que a final de cuentas, no es sino un formalismo que no debería ser tomado en serio.

