El desarrollo local implica comprender que el desarrollo económico es un proceso sostenible de crecimiento y cambio estructural, en el que las comunidades están comprometidas con incrementar el empleo, reducir la pobreza, satisfacer necesidades y mejorar el nivel de vida de la población.
El accionar político es un actor fundamental en este proceso transformador que atraviesa el país cada cinco años. Todo grupo, institución, partido o individuo que alcanza el poder contribuye al tránsito hacia una mejoría notable en la sociedad local, elevando su calidad de vida. Esto debería ser el resultado de un compromiso que entiende el espacio como lugar de solidaridad activa, lo cual exige cambios de actitudes y comportamientos, más allá de intereses personales. Quienes ejercen el poder deberían responder siempre al avance y el progreso colectivo. ¿Cuán lejos estamos?
En la ciudad de Santiago, la lucha por el poder afecta a muchos. Las sillas desde las que se dirigen los destinos de la comunidad no están enfocadas en la mejora colectiva, sino en el intercambio de favores, en borrar del mapa todo lo que estorba a los planes personales, en discusiones estériles sobre quién dijo qué, en beneficiar o perjudicar según conveniencias, en ocultar intereses propios y en ataques mutuos. Mientras tanto, la ciudad se llena cada día más de escombros e incertidumbre.
El desarrollo local está totalmente paralizado. La organización comunitaria —centrada en la construcción de relaciones, procesos y sistemas que permitan a la comunidad resolver sus propios problemas mediante planificación— no avanza. El rezago es cada vez más visible en el territorio veragüense. El desarrollo debe ser inclusivo y participativo desde todos los sectores, pero el liderazgo que debería impulsarlo y nutrirlo desde adentro brilla por su ausencia. Hoy, ese liderazgo se concentra en promover una estructura autoritaria del poder, en favorecer a los amigos, en controlar concesiones y obras públicas. El actual manejo político del territorio es un fracaso.
El desarrollo local es la base de todo esfuerzo organizativo. Se trata de convocar a la comunidad, de hacerla parte del proceso, de identificar juntos necesidades y problemas, y de abordarlos con los recursos disponibles y la fuerza colectiva. Aunque se realizan consultas ciudadanas, seguimos repitiendo el discurso de promesas falsas, que ya genera hartazgo entre los habitantes del interior.
Cualquier esfuerzo de desarrollo debe partir del conocimiento de la comunidad y de su historia, así como de la construcción de relaciones uno a uno. No se puede aspirar al progreso si quienes deciden están más interesados en adjudicar una escuela a su empresa —a nombre de un tercero— que en garantizar la educación de los niños. No se puede establecer una relación sólida entre comunidad y autoridades si al acudir a las oficinas gubernamentales se recibe desprecio e indiferencia. Las relaciones con personas clave pueden sumar al esfuerzo colectivo, pero también pueden socavar la confianza y frustrar el camino hacia la prosperidad regional.
En algún momento, los pocos esfuerzos pueden detonar la creación de una organización o estructura formal, inclusiva y participativa, dirigida por la comunidad. Pero también puede surgir una cortina de humo. Están quienes se aprovechan de las limitaciones, deterioran aún más la situación y minimizan cualquier esfuerzo previo digno de reconocimiento. Ese esfuerzo invisible, del que sacan ventaja los mismos que no hicieron nada, termina siendo el motor de una huelga o paro: el único vehículo para avanzar cuando ya no queda otra opción.
El desarrollo local es útil para enfrentar desigualdades, problemas sistémicos o carencias. Ignorar la complejidad creciente de estos desafíos no solo perpetúa el sufrimiento, sino que socava la estabilidad y el progreso a largo plazo. Por ello, cambiar las políticas no es una opción: es una necesidad ineludible.
Aunque los problemas parezcan desalentadores, una gestión estratégica e inteligente del quehacer político puede catalizar una transformación social positiva. Abordar las raíces de los problemas —no solo los síntomas— es clave para construir comunidades más resilientes, equitativas y saludables.
Un cambio de políticas bien articulado y ejecutado puede tener un impacto profundo en la vida comunitaria, desde mejorar el acceso a servicios esenciales hasta fomentar entornos más seguros y sostenibles. La clave está en diseñar estrategias informadas, basadas en evidencia y adaptadas a las necesidades locales.
La urgencia de un cambio en la actuación política no radica únicamente en mitigar los problemas actuales, sino en construir un futuro más próspero y digno para todas las comunidades del interior del país, no solo para Santiago. La oportunidad de generar un cambio social está a nuestro alcance: es imperativo aprovecharla con diligencia y visión estratégica.
La autor es narradora poeta.

