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Del efecto Flynn al declive de la razón: una advertencia urgente para Panamá

Uno pensaría que el acceso masivo al conocimiento a través de internet permitiría que la humanidad se encaminara hacia un futuro más iluminado. El efecto Flynn —el crecimiento sostenido en los puntajes de los exámenes de coeficiente intelectual a lo largo del siglo XX— ha sido un referente clave para comprender la evolución de la inteligencia humana. Según estudios del investigador neozelandés James Flynn, los resultados en las pruebas de inteligencia aumentaron de manera constante desde la década de 1930. No obstante, investigaciones más recientes indican que este efecto se ha revertido en varias áreas cognitivas necesarias para la innovación y el desarrollo de la humanidad.

Muchos factores podrían hacernos pensar que la evolución del pensamiento humano debía mantenerse en ascenso: el acceso a internet, la difusión del pensamiento científico, los avances en tecnología e inteligencia artificial, y hasta ciertos beneficios derivados de la globalización. Y aunque es cierto que la razón, la evidencia y el conocimiento científico tuvieron un auge importante al inicio del siglo XXI, este no se dio de forma uniforme en todos los contextos. La falta de universalización del conocimiento —tanto a nivel global como dentro de las fronteras de cada país— ha contribuido al deterioro de habilidades como el razonamiento verbal, la comprensión lectora y la capacidad numérica.

El declive en estas capacidades sugiere que muchas personas están perdiendo competencias clave para el razonamiento y el análisis. El llamado “efecto Flynn inverso” resulta preocupante, sobre todo porque aún no se comprenden del todo las causas que lo originan. Sin embargo, es claro que este fenómeno puede anticipar transformaciones socioculturales de gran impacto. Entre las posibles causas destaca la sobrecarga informativa y la propagación masiva de desinformación, que han debilitado la capacidad crítica de los individuos para procesar la enorme cantidad de contenido que circula en las redes sociales. Hoy, una parte considerable de la población obtiene sus noticias desde plataformas sin filtros ni garantías de veracidad.

A esto se suma el fenómeno de la posverdad, entendido como la prevalencia de las emociones y creencias personales por encima de los hechos objetivos. Este fenómeno ha deteriorado el tejido sociocultural del que depende la vida política de sociedades como la panameña. Cada vez más, los datos comprobables tienen menos peso en la opinión pública, y la formación del criterio ciudadano se basa en narrativas emocionales que desplazan la evidencia. Las clases políticas, lejos de contrarrestar esta tendencia, se han adaptado a ella: construyen discursos guiados por lo que conmueve, no por lo que es cierto, evadiendo así cualquier compromiso con la verdad.

Quizá este artículo corra el riesgo de caer en el olvido o, peor aún, de ser malinterpretado como una crítica pesimista al individuo moderno. Nada más lejos de la intención. Esta reflexión pretende advertir y, sobre todo, invitar a considerar con urgencia la necesidad de fortalecer nuestras habilidades cognitivas y analíticas. El pensamiento superficial y el consumo acelerado de contenidos afectan no solo la capacidad de concentración, sino también la retención profunda de información, debilitando así el pensamiento crítico. La crisis educativa mundial es, en gran parte, resultado de un modelo que no ha evolucionado al mismo ritmo que el conocimiento disponible.

De poco sirve tener acceso ilimitado a la información si no contamos con las herramientas —intelectuales y pedagógicas— para procesarla de forma eficaz. Es como tener alimentos abundantes sin el sistema digestivo necesario para convertirlos en nutrientes.

No se trata de simplificar el complejo proceso de construcción del conocimiento, ni de asumir que la inteligencia se desarrolla en condiciones homogéneas. Pero sí es necesario señalar que las brechas que afectan la capacidad de razonar, crear y resolver problemas se agrandan, y con ellas disminuye nuestra posibilidad colectiva de construir una sociedad culta, justa y políticamente eficiente.

El futuro dependerá de cómo usemos las herramientas y tecnologías que hoy tenemos al alcance de un clic. Aunque el panorama parezca incierto, las nuevas generaciones aún tienen la oportunidad de hacer del mundo un lugar mejor. O, en su defecto, pueden mirar hacia otro lado y permitir que el desorden y el deterioro que acompañan el declive de la razón se filtren en todos los rincones de nuestra vida social. En este contexto, debemos apelar a una capacidad que históricamente ha salvado a la humanidad en sus momentos más críticos: la voluntad de elegir el camino que garantice su bienestar. Y ese camino pasa, necesariamente, por la revalorización del conocimiento, el fortalecimiento de una educación de calidad y el reconocimiento del rol esencial que desempeñan los buenos educadores. De otra forma, nos estaremos condenando todos a vivir en una nación de insuficiencia.

El autor es internacionalista.


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