Cuando hablamos de impacto no nos referimos solo a resultados inmediatos, sino a la transformación que ocurre gracias a esos resultados acumulados en el tiempo: cambios en ecosistemas, políticas, cultura y en la forma en que actuamos frente a un problema.
El domingo 21 de septiembre se celebró la Jornada Nacional de Limpieza de Playas, Costas y Ríos, realizada durante 34 años y liderada por PROMAR, ANCON, Audubon, Panamá Verde, MiAmbiente y decenas de aliados. Llevo 10 años participando activamente y puedo decir que esta experiencia ha marcado mi visión sobre lo que significa el impacto ambiental. Recuerdo jornadas en las que se recogieron más de 35 toneladas en un solo día, o cifras que hablan de miles de botellas plásticas, juguetes, ropa, llantas y electrodomésticos abandonados en playas que deberían ser símbolo de vida y no de desecho. Estas limpiezas empezaron como voluntariado, pero con el tiempo demostraron que los resultados acumulados terminan generando transformaciones que llamamos impacto.
Esa misma conciencia ciudadana ha impulsado innovaciones y organizaciones que marcan hitos. Panamá fue pionero en la región al prohibir las bolsas plásticas de polietileno en 2018, y los esfuerzos continúan frente a otros materiales de un solo uso. Iniciativas como Marea Verde, con barreras y sistemas de recolección en ríos urbanos, han evitado que cientos de toneladas de basura lleguen al mar e inspirado proyectos como Siete Cuencas, en alianza con The Ocean Cleanup, para escalar soluciones en otras áreas. Estos avances prueban cómo la acción voluntaria puede transformarse en ciencia ciudadana, política pública e innovación tecnológica al servicio de un impacto colectivo.
Y esto no es exclusivo de Panamá. La experiencia conecta con el International Coastal Cleanup de Ocean Conservancy, que lleva casi cuatro décadas y en 2024 movilizó a más de 486 mil voluntarios en 120 países, retirando 7.4 millones de libras de basura en un solo año. Desde 1986, la iniciativa ha recogido casi 400 millones de libras de desechos y se ha convertido en la base de datos de residuos marinos más grande del mundo. Esos registros han servido para impulsar legislaciones y establecer responsabilidades extendidas para productores de desechables. La evidencia es clara: estas limpiezas, con el tiempo, se transforman en política pública, innovación y cultura.
La crítica válida es que durante años nos hemos quedado en reportar números: tantos voluntarios, tantas toneladas. Pocas veces hablamos de lo que realmente cambia: la salud de los ecosistemas, las empresas que ajustan sus modelos, los países que reforman sus leyes. Pero lo cierto es que, aunque no siempre se haya medido, el impacto ocurre. Es acumulativo, silencioso y a veces invisible, pero es imposible que cientos de millones de libras de basura retiradas y millones de personas movilizadas no generen transformación.
Hoy, con la Plataforma Nacional de Acción para los Plásticos (NPAP), Panamá cuenta con una hoja de ruta concreta para enfrentar la contaminación plástica. Impulsada por ANCON junto al Ministerio de Ambiente y aliados internacionales, la NPAP articula a gobierno, empresas y sociedad civil con la meta de reducir en 80% el plástico mal gestionado al 2040. La conciencia generada por décadas de voluntariado ahora se traduce en planificación estratégica, con metas claras que convierten la acción puntual en progreso sostenible.
Así como durante años hablamos de sostenibilidad, hoy es hora de hablar de impacto. De hacerlo visible, de medirlo y de gestionarlo con intención. Se demuestra el valor de nuestras acciones al ir más allá de los resultados hacia la transformación tangible que modifica comportamientos, políticas y entornos. Los esfuerzos serán más eficientes cuando se orienten a planificar, medir y gestionar el impacto, porque entonces ya no hablaremos de cifras aisladas, sino de procesos sistémicos para el beneficio de todos.
La autora es directora de Desarrollo Institucional y Comunicaciones de ANCON.

