Demetrio Fábrega nació el 14 de septiembre de 1932 en Aguadulce, provincia de Coclé, y falleció el 24 de noviembre de 2022 en la ciudad de Panamá. Debo decir que, en lo que a mí concierne, fue el escritor panameño con mayor erudición que he conocido. De 2017 a 2019, sostuvimos un intercambio epistolar por correo electrónico sobre temas puntuales de educación y el problema de la lectura en Panamá.
Fábrega fue un hombre brillante. Había traducido los sonetos de Camoens, Petrarca, Ronsard y Shakespeare, publicados en 2004. También tradujo los cuentos de los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm con comentarios al final de cada cuento para propiciar así el desarrollo de la facultad del lenguaje en el niño; un trabajo inédito que el Ministerio de Educación debería publicar. También, directamente del japonés, tradujo una selección de 300 haiku de Matsuo Basho, obra inédita.
Para confirmar su genio, bastaría mencionar su traducción del Discurso sobre la nobleza y la superioridad del sexo femenino, escrito originalmente en latín por el caballero Henricus Cornelius Agrippa, doctor en derecho civil y en derecho canónico, secretario del emperador Maximiliano I y embajador ante Enrique VIII, archivista, historiador y astrólogo del Emperador Carlos V. La versión en español hecha por Demetrio Fábrega está basada en el original publicado en Amberes en 1529, cotejada con traducciones al inglés, francés y alemán. Tradujo al italiano Salvatore Quasimodo y una selección de poesía contemporánea francesa (1963-1964); Los veinticuatro sonetos de amor, de Louise Labé (2007), y Amoretti (los 89 sonetos de Edmund Spenser) (2007).
En el 2001, la Academia Panameña de la Lengua reunió su obra en el libro Poemas escogidos, que contiene el Libro de la mal sentada (1955), Cuerpo amoroso (1960), Tangos perdidos (1981), Sonetos de la pasión (1986), Elegías necesarias (1990) y Conversaciones póstumas (2001).
Dos libros demuestran la preocupación más grande del poeta: el lenguaje. Uno es Gramática para todos (2010). Texto basado en la obra de Andrés Bello intitulada Compendio de Gramática Castellana, escrito para el uso de las escuelas primarias de Chile, con consideraciones sobre la importancia de hablar y escribir bien, y una meditación sobre el tesoro que representa saber leer y poder asimilar lo que se lee. Dice al final de la presentación: “La mejor recompensa que puede esperar el autor de esta adaptación es que algún día su difusión contribuya a frenar el proceso creciente de degradación de la lengua española…”
El otro libro es su ensayo La degradación del español y el ocaso del hombre racional (2002). En sus páginas Fábrega cuestiona la realidad: “¿por qué será que la gente ya no aprende a hablar? ¿Por qué siguen las sociedades actuales sin percatarse de que al no aprender el niño las estructuras del lenguaje, que son la lógica básica del razonamiento discursivo, se ve despojado del más alto y más refinado don del ser humano?” Esta problemática lo llevó, incluso, a intercambiar correspondencia con Noam Chomsky.
Fábrega estaba convencido de que la educación debía direccionar la atención a cuidar las palabras. Por eso dice en el libro citado: “No puedo dejar de mencionar nuevamente que el gran filólogo alemán Ernst Robert Curtius en su Literatura europea y Edad Media latina nos enseña que, desde Carlomagno hasta Petrarca, ‘la escuela era ante todo escuela de idioma’, tal como lo había sido en la antigüedad clásica desde la Academia en Atenas hasta Quintiliano”. Había estado estudiando desde hace más de 30 años la raíz del problema. Sobre todo, investigando la realidad de países como Francia, Inglaterra y Estados Unidos, porque el ocaso del hombre racional era global.
El problema es más grave de lo que podemos imaginar. “El 53% de los adultos en Inglaterra no tiene capacidad de escribir un párrafo con un concepto claro; el 24% de los jóvenes entre 15 y 19 años son analfabetos funcionales. En Estados Unidos, de donde nos vienen las órdenes sobre los programas de educación, hay un 70% de familias que desde hace más de cinco años no han comprado un libro y se estima que más del 44% de la población mayor de 18 años tiene el mismo problema de analfabetismo funcional, o sea, que sólo son capaces de leer los títulos de las páginas deportivas, la última cifra de los balances de bancos, los nombres de las estaciones del ferrocarril y del metro, además de la hora en las paradas de autobús”.
Existen investigaciones sobre cómo han ido desmejorando los niveles de la educación primaria en 77 países en que han ido aumentando las tasas de analfabetismo funcional desde el año en que entramos en el siglo XXI.
Tristemente, me escribió en una de sus cartas: “Los desastres que reinan en nuestro país actualmente se deben en su mayoría a la destrucción de la educación de la población infantil desde 1963 y más desde 1972. ¿Podrá imaginarse usted cuál es el porcentaje de analfabetos funcionales en Panamá en enero de 2018?”
Don Demetrio Fábrega me dijo que, para la economía de un país, para el orden social, es importante conocer en qué consiste el analfabetismo funcional y cuáles son sus consecuencias. Al parecer no lo hemos entendido aún. Con su muerte, siento que hemos quedado a la deriva, como un pequeño barquichuelo en medio de la tempestad. Nos toca seguir remando para salvarnos o dejar que la barca se pierda en medio de la irracionalidad.
El autor es escritor.
