¿Democracia? No, autocracia

Hace un par de años, durante una capacitación dictada por un facilitador internacional, recuerdo que se generó un interesante debate en torno a las posturas de las distintas escuelas del pensamiento económico. Llegamos al callejón sin salida entre la izquierda y la derecha. El facilitador subrayó algo que, aunque parece obvio, muchos pueblos olvidan: la dictadura puede provenir tanto de una como de otra vertiente.

Cada vez que los sindicatos, gremios o grupos vulnerables de este país se manifiestan, lo hacen, evidentemente, para defender derechos no solo propios, sino también colectivos. Es fácil mantenerse en la zona de confort de la indiferencia; no lo es exponerse al sol y a la lluvia para hacer valer una voz que no encuentra eco en una Asamblea cada vez menos representativa.

Los sindicatos y gremios son contrapesos sociales que impiden que la balanza se incline totalmente hacia la derecha. Hoy, una multinacional puede tener más poder económico que un gobierno, porque la propiedad privada no conoce límites, mientras que la participación cooperativa sí. Entonces, si los sindicatos no defienden a los vulnerables, ¿quién lo hará? Por fortuna, estos grupos existen, a pesar de los constantes embates que enfrentan. ¿Que algunos dirigentes se corrompen o delinquen? Sí. Pero eso no invalida la razón de ser del sindicato. La corrupción existe en todos los ámbitos sociales —y en Panamá, con especial intensidad—. Las instituciones navegan en un mar de corrupción y la impunidad se afianza con leyes hechas a medida. Aun así, la mayoría de los panameños cree en el país, participa en elecciones, trabaja con entrega y lucha desde su rol por la institucionalidad.

La silla presidencial no es un trono: es una responsabilidad de servicio, otorgada por y para el pueblo. La representatividad importa. Cuando un presidente ignora con arrogancia el clamor popular, demuestra no entender lo que significa liderar un país democrático. Desconocer de dónde emana su poder y para qué se le confió es, tal vez, lo más triste que le puede ocurrir a un mandatario, porque jamás entrará al panteón de los grandes.

Ignorar un fallo de la Corte Suprema, un tratado de neutralidad, una soberanía ganada con sangre, o una lucha reciente que costó la vida de tres docentes —a quienes ya pocos recuerdan—, y al mismo tiempo reprimir con fuerza policial arbitraria cualquier manifestación pacífica, reducir al civil desarmado con amenazas y abusos... todo eso delata a un autócrata en formación. Y lo más lamentable es la indiferencia de una oposición tímida, donde solo un excandidato presidencial ha dado la cara, como si hubiese sido el único adversario en la contienda.

La autora es docente del Centro Regional Universitario de Veraguas – Facultad de Economía, Universidad de Panamá.


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