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GESTIóN DE RIESGOS

El desastre somos nosotros

A través de la historia, el ser humano ha atribuido sus miserias y tragedias a la existencia de eventos astronómicos o a la acción de un ser supremo que rige toda acción y pensamiento. En la Grecia antigua, el término compuesto de des astre (sin astro) era arrogado a la presencia de ciertas constelaciones que la sociedad asociaba ser el origen de la desgracia. En nuestra cultura muchos –aún- coligan el desastre al castigo divino. Quizá por esos antecedentes culturales, se ha enquistado en nuestro léxico popular el término “desastres naturales”.

Ese legado cultural-histórico inhibe revelar que el riesgo de desastre se enmarca en la amenaza y la vulnerabilidad, condiciones que son el resultado de nuestras acciones. El riesgo, en efecto, es una construcción social. Nosotros, con nuestra mentalidad depredadora hacia la naturaleza, con nuestra irresponsabilidad al no exigir cuentas a quienes interponen sus intereses personales sobre los del bien común -a menudo favorecidos por las blandas prácticas de gobernanza- somos los que instituimos el riesgo.

A lo largo de la historia de la humanidad hemos construido territorios de riesgo. Vivimos en ambientes de riesgo, conviviendo diariamente en potencial vulnerabilidad, pues incrementamos el riesgo de desastres en la medida en que incrementamos el crecimiento de nuestra presencia en esos territorios, con las mismas actitudes y prácticas de siempre. Construimos infraestructuras espacialmente desconectadas, que en su mayoría irrumpen en el ordenamiento natural para dar paso al emplazamiento de empresas con gran necesidad de espacio (desde centros logísticos y comerciales hasta clubes de golf), así como extensas barriadas con mínima permeabilidad del suelo. En los últimas dos décadas es notaria la expansión de la red de vías a costa de la naturaleza, para responder a las exigencias de la movilidad individual-privada, urbana e interurbana.

Con la continuidad de esas prácticas revelamos que la naturaleza nos importa muy poco. Seguimos creciendo en sentido contrario al orden natural. Seguimos reemplazando la vegetación originaria con especies exóticas, según lo demanda el diseño en su función estética, moderna; cambiamos el curso de las redes hídricas naturales, destruimos humedales para dar espacio al “desarrollo”, cambiamos el estado de las superficies naturales a fin de erigir rellenos, diques, islas artificiales, para fomentar el crecimiento económico y la renta del suelo, favoreciendo la especulación de los valores del mercado de tierras.

No aprendemos; aún seguimos construyendo riesgo de desastre. No hay desastre natural per se… el desastre somos nosotros.

El autor es profesor de Geografía y Ciencias Ambientales. Miembro de Ciencia en Panamá. 


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