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Desde el Titanic: lo que planteamos en CADE

La Conferencia Anual de Ejecutivos de Empresa (CADE), que anualmente organiza la Asociación Panameña de Ejecutivos de Empresa (Apede), ha sido por 54 años un referente sobre la salud económica y social del país.

Este año, con el nombre de “Modelo económico y libertad”, se abordaron factores que inciden en la salud de la economía y la democracia. La premisa implícita de la conferencia es que debemos defender nuestro modelo del “lado oscuro”: los pseudo comunismos y populismos que han arrastrado países vecinos a una lamentable miseria económica, política y humana.

Para bien de la conferencia y sus conclusiones, muchos panelistas apuntamos a las debilidades del sistema y no las amenazas populistas, que, en todo caso, se apalancan sobre esas debilidades. Y es que aquí partimos de la equivocada premisa de que tenemos y defendemos una democracia de mercado. ¡No! Aquí lo que tenemos es un sistema de amiguetes, de privilegios y barreras, que inocente o deliberadamente toleramos y protegemos. Aquí no hay capitalismo salvaje. ¡Aquí lo que tenemos es un mercantilismo “amazónico”!

Ya en la franca discusión del CADE se examinaron las múltiples formas de privilegios y barreras, desde registros sanitarios, aranceles, permisos que bajan desde los ministerios y hasta de los honorables bomberos. Una red de privilegios donde el “hombre de negocios”, como atinadamente lo llamó Bobby Eisenman para distinguirlo del legítimo “empresario”, colusiona con el gobierno, quien erige barreras monopólicas y oligopólicas de beneficios muy puntuales y beneficiarios muy específicos. Allí, el amiguete y el amigote político convergen.

Pero el mercantilismo no es solo “comercial”; también es laboral. Los sindicatos gozan de privilegios que excluyen a otros. Eso de sindicato “único” lo dice todo. Y que el Ministerio de Trabajo se haga de la vista gorda en las elecciones sindicales es otra muestra. Y es evidente la colusión de las empresas y sus sindicatos para mantener barreras de entrada a negocios “interesantes”.

En CADE, dijimos “este no es el sistema que queremos ni es un sistema que nos beneficia”. Empecemos porque un sistema de privilegios ni remotamente cumple con el principio constitucional de igualdad ante la ley. Y lo de igualdad va sobre todo con los reglamentos, las resoluciones y los permisos, que es donde se hacen las maracas. Cualquier sistema que restrinja la oferta, la demanda o la inversión acaba encareciendo los bienes y los servicios, además de crear distorsiones en el crecimiento y la generación de riqueza. Con toda sus arbitrariedades e ilegalidades, en el estallido de julio pasado, los huelguistas apuntaron en la dirección correcta: los oligopolios y monopolios nos hacen daño.

Pero aún más crítico, un sistema mercantilista concentra poder en el gobierno. El amiguete pide, pero el amigote decreta. La contrapartida de esta concentración es la creciente erosión de las libertades, económicas y políticas. Y es asombroso ver a este mercantilismo amazónico correr como mancha de aceite por toda la sociedad. Lo que empezó como protección a ciertos sectores, ahora tenemos requisitos y barreras que llegan hasta la educación superior y la salud. Aquí, cada despacho estatal es prácticamente un ministerio. Hay normas para proteger, pero también normas para joder y con ello crear más dependencia y corrupción.

De CADE, el mensaje fue inequívoco. Estamos abocados a desmantelar las barreras y privilegios. La indolencia o negación de las cúpulas empresariales los hace parte o cómplices de una visión económica que quizá no compartan, pero que los afecta y mucho. Los ciudadanos manejan una visión muy negativa del sector privado y no sin razón, cuando la acción “empresarial” se traduce en altos precios, escasez y poco empleo. Y esa misma pobre visión de los empresarios, respaldada con las consecuencias del mercantilismo, abona a la peligrosa idea de cambiar el sistema.

Cuando uno mira la trayectoria política de Venezuela, Argentina, Cuba y Nicaragua, percibe que lo que los llevó allí no fue un capitalismo desalmado, sino un mercantilismo empobrecedor y corrupto. El fin de la Venezuela democrática no se inició con Chávez, sino muchos años antes, con un sistema de amiguetes y amigotes haciendo japay la nacionalización de sus fabulosos recursos naturales. Y así los demás.

El autor es director de la Fundación Libertad



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