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Desigualdad o igualdad, ¿quién es culpable?

Desde el origen de la humanidad ha existido y existirá la desigualdad, la encontramos entre hermanos, clanes, amigos, razas, religiones, países y así sucesivamente.

Estadísticas confiables demuestran que dichas diferencias sociales o personales han ido disminuyendo a través de los siglos, incluso a mayor velocidad desde la época de la abolición de la esclavitud y desde el inicio de la revolución industrial del siglo XVIII.

Pero considero que el verdadero cambio se inició durante el renacimiento europeo en el siglo XV, con la invención de la primera imprenta mecánica, por el orfebre alemán Johannes Gutenberg. Ese sencillo y notable invento permitió que millones de ciudadanos del mundo aprendieran a leer, a descubrir civilizaciones, a aprender nuevas labores y dio paso a la magia de auto educarse y unirse para proteger sus derechos individuales.

Sin embargo una cosa es el idealismo de los derechos humanos, aprobado en la tercera Asamblea Plenaria de las Naciones Unidas (París-1949) y otra es la mal llamada desigualdad social, que hoy atribuyen y culpan a quienes han logrado la fama, riqueza o el éxito personal. He rebuscado el fundamento de la llamada “desigualdad social” y claramente se refiere a: “los diversos desequilibrios entre distintos grupos de personas en una misma sociedad”, sin embargo cuando vamos a su verdadera raíz esta se origina, para bien o para mal, el día de la concepción, pues cuando nacemos nadie sale igual a otro. Unos salimos ágiles o lentos, guapos o feos, altos o bajos, trabajadores o perezosos, creativos o conformistas, inteligentes o ingenuos, enfermizos o saludables, aún cuando somos concebidos por los mismos progenitores y criados en un mismo ambiente social. Entonces la responsabilidad recae sobre la genética, que determina la desigualdad antes de ver la luz, y no al gobierno, ni la raza, ni el vecino, ni los empresarios ricos, etc.

Esto me acuerda a la famosa cantante Doris Day, quien indagaba a su padre sobre su futuro y este le contestaba: “que será, será, your future is not ours to see”, definitivamente tenía razón, pues hasta hoy ni ricos ni pobres ni poderosos han logrado predecir su futuro o el de su descendencia. Digo hasta hoy, pues con la “Inteligencia Artificial” pongo en duda si mañana podrán modificar los genes antes de nacer.

El dilema del “qué será, será” lo decidirá entonces la ciencia, y podremos culpar con toda razón a sus creadores. Recuerdo que el siglo pasado se intentó clonar a Hitler, y prefiero ni pensar a quién van a querer repetir en este siglo.

En mi juventud los laureados eran los audaces, los emprendedores, los eruditos o los inventores de garaje; pero hoy ese modelo ha cambiado radicalmente, lo que refuerza mi teoría de que “el mundo va en reversa”. Actualmente se destacan los ideólogos radicales, los “juega vivos”, los influencers o los falsos mesías que promueven la repartición de las riquezas y del éxito ajeno, bajo el engaño de que todos debemos ser iguales.

También ha surgido otra inquietante hipótesis entre quienes hoy ostentan el poder o controlan la tecnología: consideran que la mejor manera de proteger su supremacía y sus fortunas es reduciendo la natalidad, falseando la identidad sexual y decidiendo quiénes pueden optar por una educación. En pocas palabras, una “solución” que conduce a mantener a las masas ignorantes y en cantidades manipulables, lo que equivale a alcanzar una desigualdad controlada.

Ante esta dicotomía global, nuestro pequeño país —bendecido por su posición geográfica, protegido por Dios de grandes desastres naturales y habitado por gente buena, alegre y trabajadora— es hoy un apetecible bocadillo para algunas potencias mundiales o grandes corporaciones, que todavía nos imaginan como colonia o “banana republic”.

Está en manos de todos los panameños, por desiguales que seamos, evitar que nos utilicen y no caer en esos falsos cantos de sirena, ya que nos estamos desgastando internamente y perdiendo brújula y convivencia. Cambiemos el pernicioso chip negativo: veamos a los emprendedores como modelo y el éxito como un patrón a alcanzar. Luchando unidos, con patriotismo, sin envidias ni rencores, de seguro alcanzaremos prosperidad, salud y paz para todos.

El autor fue ministro de Comercio e Industrias y embajador de Panamá tanto en Washington como en Italia.


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