Después de la ‘era Mulino’, ¿qué viene?

Resulta irónico que el presidente José Raúl Mulino, en tan solo seis meses de gobierno, haya aplicado las mismas recetas represivas contra la población que en su momento utilizó la dictadura militar de Torrijos y Noriega: la represión en casi todas sus dimensiones para imponer su voluntad.

Pero el presidente José Raúl Mulino —a quien catalogo como un dictador civil que llegó al poder con una mayoría de tan solo 34%— ha ido más lejos que el propio Manuel Antonio Noriega, quien no se atrevió a encarcelar a dirigentes sindicales ni a líderes de gremios docentes. Tampoco se enfrentó a las autoridades de la Universidad de Panamá ni de otras instancias educativas.

En estos momentos, existe en el país un grado de desaprobación hacia las acciones del presidente Mulino, que se manifiesta en diversos programas y plataformas de redes sociales. Me refiero, en particular, a figuras conocidas del ámbito mediático y jurídico que han pedido un alto a sus actuaciones.

De forma errónea, el presidente se ha alineado con los intereses de un sector empresarial y comercial que considera el poder político un instrumento para hacer negocios a espaldas de la voluntad popular. Me refiero, específicamente, al caso de la actividad minera, que ya recibió el repudio de un sector mayoritario de la población y sobre la cual pesa un fallo de la Corte Suprema de Justicia.

Muy lejos de actuar como un gobernante al servicio del pueblo, el presidente Mulino ha utilizado su investidura para imponer su criterio, desoyendo incluso las recomendaciones de diversas iglesias, que le han instado a tender puentes de diálogo, condición básica de toda autoridad pública.

Como profesional del estudio de la conducta colectiva e individual, puedo señalar que el actual presidente es egocéntrico y muestra una capacidad casi nula de empatía. Su nivel de soberbia y su “trastorno de Narciso” lo han llevado, en los famosos “jueves de Mulino”, a despotricar y burlarse de quienes adversan su forma de conducir el Estado, incluyendo las preguntas incómodas de varios periodistas.

Hoy, el presidente Mulino se siente seguro gracias al respaldo de figuras del poder económico que controlan varios medios de comunicación y apoyan sus decisiones. Pero su gobierno no será eterno, y tampoco quedarán en el olvido sus acciones, si es que aún no lo ha comprendido.

Partidos oficialistas como Realizando Metas y Cambio Democrático, hechuras del expresidente Ricardo Martinelli, “quemaron sus naves con Mulino”, al igual que los independientes y los “saltamontes” de Vamos, que se alinearon con el presidente sacrificando su posible reelección.

El mito de que Ricardo Martinelli era la salvación del país, a pesar de su condena y todas sus acciones negativas del pasado, quedó sepultado con la gestión catastrófica de Mulino: el presidente de los empresarios.

Mulino logró unir a enemigos políticos del pasado y a agrupaciones que antes marchaban por separado. También provocó que la prensa internacional pusiera su radar sobre Panamá, asociando nuestra democracia con un estado de urgencia nacional. Ni hablar de los memorandos conjuntos con Estados Unidos, que nos colocan nuevamente en condición de neocolonia, estatus del que nos costó años de lucha y muertes desprendernos.

La única acción que le faltaría al presidente Mulino para autoproclamarse “emperador de Panamá” sería disolver la Asamblea y declarar un estado de sitio, lo cual no parece tan lejano.

El autor es sociólogo y docente.


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