Cuando hablo con personas que acabo de conocer, por lo general me preguntan a qué me dedico, y la confusión es inevitable al decirles que soy diplomática. La mayoría continúa con una segunda pregunta: ¿y qué hace una diplomática panameña?
Mientras trato de responder, reflexiono sobre cómo, a lo largo de la historia, esta profesión ha sido asociada con el espionaje o con una vida ostentosa, en gran medida debido a estereotipos difundidos en películas y series de televisión, que la muestran como una actividad glamorosa, idealizada, donde todo siempre sale bien. La realidad es mucho más compleja, exigente y, sobre todo, humana.
Aunque no existe una sola forma de definir esta profesión, dentro del amplio marco de conceptos aceptados, la diplomacia puede concebirse como un instrumento esencial de los Estados para proteger sus intereses, fortalecer sus relaciones internacionales y velar por la seguridad y el bienestar de sus ciudadanos. El diplomático, en principio, debe representar, negociar, informar y proteger. Su trabajo no se limita a cócteles o recepciones: implica largas jornadas de investigación, lectura y análisis, redacción de informes, elaboración de discursos, resolución de crisis, promoción de acuerdos, atención consular y, en especial, creatividad y anticipación.
La diplomacia es cada vez más visible por el auge de las redes sociales, que han impulsado una labor digital y nos exigen mayores compromisos de transparencia, así como una creciente respuesta a la demanda ciudadana. En estos tiempos particularmente complejos para las relaciones internacionales, marcados por la inestabilidad, la fragmentación geopolítica y el aumento de conflictos, los diplomáticos tenemos una tarea clave: promover espacios de diálogo, negociación y búsqueda de consensos. Solo este año hemos visto reactivarse disputas fronterizas dormidas, así como debates contenciosos sobre soberanía, integridad territorial y el derecho a la legítima defensa. Como señalaba Tom Fletcher en su libro The Naked Diplomat: “los períodos en que la diplomacia es más difícil son también los períodos en que más importa”.
En Panamá, el Día del Diplomático se celebra el 20 de agosto, en honor al natalicio de Ricardo J. Alfaro, destacado jurista y diplomático panameño, cuyo ejemplo refleja compromiso con el derecho internacional y aportes fundamentales a la diplomacia nacional. Su trayectoria va desde ministro de Relaciones Exteriores (1945-1947), hasta su participación en la comisión de redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada en París en 1948. Asimismo, fue magistrado de la Corte Internacional de Justicia en La Haya, el principal órgano judicial de las Naciones Unidas.
Para ser diplomático de carrera en la República de Panamá, se debe ingresar mediante concurso público convocado por el Ministerio de Relaciones Exteriores, el cual incluye pruebas de conocimiento y entrevistas. Quienes resultan seleccionados deben cursar un proceso de formación profesional. Aunque el ejercicio de la diplomacia no es exclusivo de los diplomáticos de carrera, el fortalecimiento de esta noble institución —elevada a rango constitucional por el artículo 305 de nuestra Constitución Política y regulada por la Ley 28 de 7 de julio de 1999 y sus reformas— transforma su práctica de un privilegio heredado o de una designación política en una oportunidad para reconocer el talento, los méritos y la vocación de servicio a la patria. Convertirse en funcionario de carrera diplomática y consular es una distinción que no se obtiene fácilmente: exige atravesar procesos rigurosos y experiencias desafiantes que preparan para asumir funciones en consulados, embajadas, misiones permanentes y organismos internacionales.
En lo personal, he aprendido que, la mayoría de las veces, el trabajo diplomático se basa más en la resistencia que en la velocidad, así como en la dedicación y la atención a los detalles.
Hoy, la diplomacia panameña pasa por un momento de especial responsabilidad: ocupa un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde representa no solo al país, sino que procura cumplir con el mandato de ese órgano tan importante en el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Panamá, “puente del mundo y corazón del universo”, ha sido históricamente reconocido por su papel relevante como promotor del diálogo y de consensos.
La diplomacia panameña es una herramienta clave para proteger nuestros intereses, tender puentes y abrir oportunidades para el país en un escenario global cada vez más desafiante. En este Día del Diplomático, más que celebrar, corresponde ponderar y renovar esfuerzos por una representación que ponga en el centro los intereses nacionales y que esté a la altura de nuestros tiempos.
La autora es diplomática de carrera.
