Cicerón dijo: “Nada es más dulce y halagüeño que instruir y formar espíritus jóvenes”.
En esa inocente niñez nos hacían respetar a la policía y, si nos portábamos mal, nos amenazaban: “Vamos a llamar a la policía”, y temblábamos de miedo y la rabieta cesaba rezándole a Diosito. Respeto y más respeto por la policía, nuestros padres y tutores nos exigían. Más adelante, el miedo fue vencido y el “policía pata podrida” se convirtió en juego. Gritábamos y nos escondíamos, y el que hacía de ladrón o ladrona gritaba: “Policía pata podrida, aquí tienes pa’ la mordía”.
Años más tarde, cuando viví en México, comprendí qué significaba morder a un policía si cometíamos alguna infracción y pensé: “Qué bueno que en Panamá se sigue respetando a la policía y viceversa”. Ya no. Triste realidad. Poderoso señor dinero, porque había una tonada que se bailaba y aconsejaba: “Muchacha, no seas zoqueta, cásate con policía, que gana 90 pesos trabajando noche y día, y que viva, viva Panamá”.
Respetamos a la policía que nos da seguridad, dignidad. Pedimos ayuda a la Guardia Nacional porque necesitamos vivir sin miedos y agradecemos su empeño por resguardarnos.
Esa Guardia Nacional tiene sus escalafones y sus jubilaciones especiales; le otorgan el derecho a trabajar hasta los 50 años de edad. La disciplina militar es rigurosa. Las armas son sus herramientas, ganan mucho dinero, ponen boleta, desfilan los días patrios, pero don Dinero los obsesionó y algunos se corrompen.
Proteger y servir
En nuestra rica literatura panameña hay autores que hacen las adecuaciones de lo tradicional con lo moderno para que el joven sepa que la educación moral, social y cívica de los adolescentes ofrece un campo virgen a la pedagogía, con la necesidad de plásticas e ideales que sean dirigidos por los familiares de nuestra juventud. Y es ahí donde resaltan los descubrimientos e invenciones de nuestros contemporáneos: de ánimos esforzados y de superior inteligencia, a fuerza de trabajo y de energía, de indefectible constancia y de voluntad inquebrantable, que puedan imitar a otros, porque es a través de la tecnología llamada “de punta” en donde se endulza la pócima educativa con el jugo extraído de las obras de los eximios pensadores, concentrándonos en formas de máximas y apotegmas, cuya sentencia semántica de estos nobles hombres y mujeres que nos protegen y nos sirven.
Hay que equilibrar las emociones entre los jóvenes y los adultos porque, casi siempre, el talento es todo, de modo que el destino que tengas en esta vida dependerá más de tus propios esfuerzos que del azar. Porque, como Miguel de Cervantes lo recalcó: “Cada uno es hijo de sus obras”, y cada cual debe recibir su recompensa según su trabajo.
Adiestrar las manos, nuestro cerebro y nuestro corazón para el mejor partido de las oportunidades que el mundo está ofreciendo a través de los inventos y las grandes obras. Pero tenemos problemas al avanzar en el camino, usando armas arteras, inhumanas, crueles, como el egoísmo, la envidia, la calumnia, la intriga, el engaño, la perfidia, la traición. Triunfan.
La lucha por la vida se gana con armas que debemos emplear como únicas armas nobles y seguras, que no pesan ni ocupan lugar y son fáciles de cargar: la instrucción, la educación, la laboriosidad, la actividad y la energía. Y necesitamos, además, como seres humanos, una buena mochila: el carácter.
A los que tienen paciencia, las pérdidas se convierten en ganancias, y los trabajos en merecimientos, y las batallas en coronas. Por ello es digno de paragonarse lo bueno para avivar el sentimiento de Dios y de Patria.
En un escenario tan nuestro en Panamá, hay que mostrarse como estrella polar para que la juventud oriente su rumbo hacia el camino de lo bueno, y los adultos debemos servir como piloto práctico para, entre los bajíos y los escollos que han de llegar en los piélagos de la vida, ganemos las batallas con decoro y con dignidad. Porque estamos al rescate de la familia y sabemos que lo bueno aún lo tenemos en nuestros hogares. La veracidad es un buen ingrediente para combatir las mentiras adornadas.
Dios bendiga a Panamá.
La autora es educadora.
