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Docencia y salud mental

Un estudiante de la carrera docente atraviesa cuatro años de formación universitaria, según el plan de estudio de diversas universidades nacionales, para optar por el título universitario. Se requieren además un año y medio para obtener el profesorado en Media Diversificada, y tres años para la Maestría en alguna especialidad y/o Docencia Superior.

Durante esos años de formación se incluyen prácticas semestrales, actividades extracurriculares, proyectos, seminarios y formación continua en ámbitos educativos. Todo ello busca lograr el empoderamiento necesario para que el profesional brinde herramientas y estrategias que permitan aprendizajes significativos en los estudiantes.

Una vez en el campo laboral, se enfrentan situaciones endémicas como los concursos docentes para lograr una plaza de trabajo, cuyo acceso depende del puntaje final obtenido de la suma de cada título profesional; mientras tanto, cientos de personas ingresan expeditamente por política, amiguismo o compra de plazas. A esto se suma la desconexión entre docentes y equipos técnicos, la saturación de estudiantes, la falta de plazas y el acompañamiento limitado por parte de los administrativos, cuya responsabilidad es guiar la labor docente y trabajar en conjunto para lograr objetivos comunes.

Por otra parte, la falta de participación del acudiente o padre de familia es evidente: anhelan resultados sin involucrarse en el proceso. Una muestra de ello fue la cantidad de mensajes en redes sociales de acudientes descontentos por tener que participar en un taller para padres, condición establecida para la obtención de la beca educativa. Finalmente, llegar cada día a cumplir los objetivos dentro de espacios aislados, con necesidades visibles, instalaciones incompletas o en abandono, o peor aún, por la ausencia de instalaciones y equipos, se convierte en una labor de supervivencia para brindar aprendizajes a los estudiantes con las herramientas disponibles en el entorno.

Todas estas situaciones se traducen en una lucha del docente contra un sistema que no invierte prioritariamente en educación y que, al mismo tiempo, acrecienta las exigencias de actualización profesional sin brindar el debido apoyo ni el acompañamiento institucional. Un sistema en donde el docente continúa utilizando programas desactualizados frente al panorama actual y los avances que la neuroeducación ha traído, para fundamentar los procesos de enseñanza-aprendizaje desde lo cognitivo, a través de las bases cerebrales que explican las dificultades en la adquisición de diversos procesos. El que no utiliza estas bases, crea —a partir de la necesidad— estrategias que considera adecuadas según sus años de praxis, para garantizar aprendizajes.

Al final del día, es el docente, dentro de su salón, haciendo lo que puede con lo que tiene: una educación individualizada, muchas veces alejada de la educación integral que debería involucrar a todos los actores del aprendizaje, con miras a un mismo objetivo: aprendizajes significativos.

La autora es docente en Educación Especial.


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