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Domingo de Resurrección: la alegría que renueva el mundo

Después del silencio del sepulcro, del dolor del Viernes Santo y del largo sábado de espera, llega el Domingo de Resurrección como un estallido de luz. No hay momento más esperanzador en toda la liturgia cristiana. Es el anuncio que cambia la historia: “¡Ha resucitado! No está aquí.” Con esas palabras, el miedo se transforma en gozo, la oscuridad en amanecer, la muerte en vida nueva.

En el Casco Antiguo, con sus campanas centenarias y sus iglesias que parecen salidas de un tiempo suspendido, la Pascua se celebra con un fervor particular. La Vigilia del sábado por la noche es, para muchos, la ceremonia más conmovedora del año. Todo comienza en la oscuridad, con el fuego nuevo encendido en el atrio. Poco a poco, una llama pasa de vela en vela, iluminando la iglesia hasta llenarla de luz. Es una imagen poderosa de cómo la fe se transmite, de corazón a corazón, y de cómo la esperanza renace incluso después de la noche más oscura.

El Domingo de Resurrección es la victoria de la vida sobre la muerte, pero no de una manera abstracta. Es una promesa concreta: el amor es más fuerte que el odio, la fidelidad más fuerte que la traición, la vida más fuerte que el sepulcro. Y esa promesa no está solo en el pasado; se renueva hoy, en cada persona que se levanta, que perdona, que vuelve a creer, que elige amar.

Los templos del Casco se llenan de flores, de música, de familias que se visten de blanco. Es una celebración total, pero también íntima, porque la Pascua toca lo más hondo de la experiencia humana. Nos recuerda que, aunque el dolor sea real, nunca es la última palabra. Que siempre es posible empezar de nuevo.

Este día es también un llamado a la misión. Los primeros testigos de la Resurrección —mujeres sencillas— corrieron a anunciar lo que habían visto. No se guardaron la noticia. Así también nosotros, como cristianos, estamos llamados a vivir como resucitados: con alegría, con compasión, con una mirada que busca siempre lo bueno y lo verdadero.

En los rincones del Casco, mientras suenan los coros pascuales y los niños corren entre las bancas, se respira una alegría distinta. No es la euforia pasajera de una fiesta, sino la certeza serena de que Cristo vive. Y si Él vive, todo puede ser transformado.

El Domingo de Resurrección no niega la cruz. La abraza y la ilumina. Nos enseña que el sufrimiento no es estéril, que la entrega tiene sentido, que el amor es eterno. Y nos invita a vivir como personas pascuales, con los pies en la tierra, pero el corazón lleno de cielo.

#TodosSomosUno

El autor es Caballero de la Orden de Malta.


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