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Dos medidas contracíclicas

Antes de adentrarnos en el terreno de las llamadas “medidas contracíclicas”, primero hay que saber que son los ciclos económicos son los periodos (o ciclos) de auge y de recesión en la economía de un país e incluso del mundo. El asunto se complica cuando entramos a examinar los factores que provocan las fluctuaciones entre ambos estados. Y se complica aún más porque cada escuela económica ha desarrollado su propia teoría, no solo de los ciclos y las causas que llevan a una recesión, sino también de cuál es la receta macroeconómica para salir de ella.

La puesta en práctica de las medidas contracíclicas para reactivar una economía ralentizada o deprimida –o paralizada en el peor de los casos– se originó en las ideas que John Maynard Keynes (1883-1946) expuso en su Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936). Según el famoso economista, las recesiones surgen a partir de una caída en la inversión privada de capital, motivada por diversas circunstancias del mercado, que incrementan el riesgo o reducen la expectativa de obtener rendimientos atractivos. El capital privado tiende a abstenerse de invertir, ya sea de manera directa o indirecta, ante escenarios marcados por una alta incertidumbre o por elevadas tasas de interés. Estos factores contribuyen a la caída del consumo y al incremento del desempleo, lo que a su vez desincentiva la disposición del sector bancario a financiar nuevas inversiones.

Keynes recomienda en su libro, como primera medida contracíclica, el aumento del gasto público dirigido a programas de infraestructura y proyectos sociales. Puesto que la caída en la inversión por parte del sector privado es el factor principal de una recesión, según Keynes se hace necesario que el Estado entre al mercado a suplir con fondos públicos la falta de capital privado. En virtud de esta inyección fiscal, se genera, de forma artificial, una mayor demanda, disparando así una reactivación de las actividades económicas.

Es importante comprender estos conceptos, ya que en Panamá la mayoría de los gobiernos han recurrido a esta medida anticíclica para estimular la economía. Según lo que revela el nuevo presupuesto general del Estado, estas políticas vuelven a ser una herramienta clave para el desarrollo. Si bien esta medida logra reducir el desempleo por un tiempo y resolver la falta de liquidez en el mercado a corto plazo, sus efectos se limitan al período de ejecución de las obras públicas y al área geográfica donde se llevan a cabo. Sin embargo, no constituyen una solución a mediano o largo plazo. Así nunca podrá establecerse una base económica sólida y dinámica que genere, de manera sostenible, mayores oportunidades de crecimiento.

La escuela keynesiana advierte, como decía, que en tiempos de recesión el gasto fiscal debe destinarse ante todo a inversiones públicas en proyectos de infraestructura, con el objetivo de generar empleo durante la construcción de las obras y crear mejores condiciones para la posterior expansión del sector privado. Sin embargo, los gobiernos progresistas de la década de 1930 en Estados Unidos y de la década de 1940 en Inglaterra –cuyo ejemplo fue ampliamente emulado a nivel mundial– optaron por dedicar una mayor proporción del gasto público a subsidios dentro de una estructura de bienestar público inspirada en el modelo estatista del jurista alemán Ferdinand Lassalle (1825-1864). Este enfoque, sumado al aumento constante de regulaciones e intervenciones estatales, ha dado lugar a un Estado en permanente expansión, caracterizado por recurrentes déficits fiscales que se financian con el aumento de la deuda pública y con costos de financiamiento cada vez mayores debido, paradójicamente, a la falta de disciplina fiscal.

Ahora bien, esta doctrina económica establece que las políticas contracíclicas tienen dos formas de estimular fiscalmente la economía en momentos de contracción o estancamiento económico con altas tasas de desempleo. Como ya observamos, una es por vía del aumento del gasto público para los distintos proyectos de infraestructura y programas sociales. La otra vertiente de estímulo contracíclico es la reducción de impuestos, que deberán volver a incrementarse cuando la economía se recupere. Lo irónico es que en Panamá se aplica tan solo el aumento del gasto público, pero nunca la disminución tributaria. ¿La razón? La repentina, cínica y fingida preocupación de los políticos por los efectos negativos que esta medida contracíclica podría acarrear sobre las finanzas públicas.

El autor es abogado.


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