Panamá enfrenta hoy un dilema crítico entre progreso y parálisis. Bajo la bandera del ambientalismo, algunas agrupaciones están bloqueando proyectos estratégicos que podrían garantizar agua para el Canal, conectividad para las regiones olvidadas del Caribe y recursos vitales para el desarrollo nacional.
Uno de los ejemplos más urgentes es el rechazo a la ampliación de las reservas de agua del Canal en el área de río Indio. Este proyecto no es un capricho: es una necesidad. El Canal, fuente de ingresos y estabilidad para millones de panameños, está en riesgo por la escasez de agua. O lo adaptamos al cambio climático o lo condenamos al declive.
Otro caso alarmante es la oposición frontal a la reapertura de la mina de cobre. Más allá de la polémica, esta mina representa ingresos fiscales, empleo y posicionamiento estratégico para el país en una economía global que demanda minerales críticos. La discusión no debe centrarse en “mina sí o no”, sino en “mina cómo”, con regulación, transparencia y beneficio nacional.
Y como si fuera poco, el tan anhelado Corredor Caribe, que conectaría al Atlántico con el resto del país, también enfrenta resistencia. ¿Acaso los habitantes de Costa Arriba no tienen derecho a una carretera digna, a oportunidades económicas, al turismo y al progreso?
Panamá necesita avanzar con responsabilidad, no quedar rehén de visiones rígidas que demonizan todo lo que implique desarrollo. El verdadero ambientalismo no paraliza: propone, evalúa, mejora. Pero cuando la ideología sustituye a la evidencia, cuando se grita “no” a todo sin ofrecer alternativas viables, lo que se defiende ya no es el ambiente, sino una postura cerrada que pierde toda capacidad de análisis crítico.
No debemos permitir que el futuro del país se vea truncado por el ruido de minorías intransigentes. Panamá merece decisiones valientes, sustentadas y equilibradas, que piensen tanto en los árboles como en los panameños.
El autor es ciudadano.

