La vida en ciudadanía implica una gran responsabilidad social que comienza con el respeto de los derechos humanos básicos y universales. Existe un reconocimiento global sobre el derecho humano a la educación. De hecho, cuando se vulnera ese derecho, se compromete el desarrollo futuro de las sociedades. Un derecho ciudadano es la libertad de expresión, el derecho a las protestas, pero por encima de todos está el derecho humano a la educación, en particular en las zonas más desprotegidas y con los estudiantes más vulnerables. La mayor parte de la sociedad panameña está cansada de estas constantes interrupciones en el ciclo educativo, que atentan contra los derechos de la ciudadanía.
El problema educativo en Panamá data del siglo pasado y de la oposición a las reformas educativas de finales de los años 70. El país ha visto pocas reformas educativas y grandes dificultades en su implementación: reformas que se derogan y programas destinados a mejorar la calidad de la educación que se interrumpen cuando cambian las prioridades de los gobiernos, a pesar de la multiplicidad de diálogos educativos en los cuales la sociedad panameña ha participado.
Existen muchas tareas pendientes, es cierto, pero la más urgente e importante es que los niños puedan ir a sus escuelas porque son de ellos, y que todos los actores del sistema educativo estén presentes para cumplir su rol a cabalidad y permitir que niños y jóvenes puedan alcanzar sus metas educativas y desarrollarse como ciudadanos activos y participativos en la sociedad del conocimiento.
Navegamos con vientos fuertes y ahora es cuando más se requiere de la reflexión, del pensamiento crítico, de la resolución de problemas, y no de la agonía de no saber salir de los problemas mientras más se agudizan. Estas protestas —al menos así lo dicen sus consignas— son las mismas que hemos escuchado por décadas, sin que se vean propuestas que permitan resolver los problemas.
La discusión de la ley de la CSS terminó y cualquier otra discusión debe dirimirse en el espacio que corresponde, que no necesariamente es la calle. La sociedad panameña muestra signos de cansancio ante las consecuencias económicas y sociales que quedan tras estas escaladas y sus secuelas de destrucción de muchos espacios públicos. Dañar es un retroceso. Construir es un avance. No es correcto que pequeños grupos de la sociedad panameña se adjudiquen la representación del pueblo y el liderazgo de toda una sociedad.
Los liderazgos actuales son transformacionales. La pérdida de los estudiantes no se puede medir: es abismal. Ya las pruebas nacionales e internacionales así lo confirman, y de hecho la falta de propuestas nos indica que el sistema educativo debe innovar y favorecer el desarrollo de competencias para la vida y el trabajo, entre ellas, las habilidades de negociación y de resolución de problemas.
Los problemas se resuelven, no se postergan. No más arengas y consignas. La sociedad panameña requiere propuestas para moverse hacia un futuro prometedor.
La autora es psicóloga.

