Tradicionalmente, la educación ha sido un instrumento para hacer que las personas piensen y se comporten de determinada forma. La educación se podría definir como la “transmisión de conocimientos a una persona para que ésta adquiera una determinada formación”.
El negocio millonario de los eternos diputados de los circuitos electorales panameños y sus testaferros ha sido abandonar la inversión estructural en educación mediante la usurpación de la comisión de presupuesto de la Asamblea Nacional, para vendernos la idea de que sus expertos políticos y consultores circuitales pueden guiar al pueblo. Nos han querido vender la idea de que no puede haber democracia en los circuitos electorales panameños porque la mayor parte de la población lee muy poco, casi nada, por lo cual adquiere muy pocos conocimientos a lo largo de su vida y tiene grandes limitaciones en la capacidad de comprensión de la realidad.
En democracia, “no hay expertos en política”; la idea dominante de que hay expertos sirve para legitimar el poder de los políticos y reducir al pueblo, inexperto por definición. Nos vendieron la idea de que el pueblo no se podía sentar en las mesas de diálogos y pactos bicentenarios porque son ignorantes, mientras sentaban a sus amigos y testaferros para los negocios. Esto hizo crecer la indignación y el resentimiento de un pueblo que se manifestó en las urnas el pasado 5 de mayo.
Mucha crítica se ha realizado a los resultados de las pruebas PISA del año 2023, al retroceso democrático y a la erosión del sistema de pesos y contrapesos en nuestra sociedad panameña supuestamente democrática; pero nadie ha tratado de desmentir que los resultados son consecuencia de la falta de educación necesaria para ser participantes en una forma de gobierno que requiere que las personas se informen sobre las cuestiones esenciales que deberán tratar, ya sea como votantes o como funcionarios electos o designados. Es indignante que pagáramos 8 millones por la prueba PISA para saber lo evidente: la gran brecha de desigualdad económica y digital afecta la educación en Panamá. Sería una mejor inversión destinar ese dinero a la conectividad y el internet en las escuelas.
En una sociedad, si no hemos aprendido a concebirnos a nosotros mismos y a los demás de ese modo, imaginando mutuamente las facultades internas del pensamiento y la emoción, la democracia estará destinada al fracaso, pues ésta se basa en el respeto y el interés por el otro, que a su vez se fundan en la capacidad de ver a los demás como seres humanos, no como meros objetos.
Lo que no debemos repetir en Panamá es lo que se observa en otros países donde el aumento del PIB per cápita ha ocasionado la formación de una élite de técnicos que atraen las inversiones extranjeras; sin embargo, no se registra un efecto multiplicador de los resultados de ese crecimiento en su pueblo, pues no hay mejoras en la salud y el bienestar de los sectores más pobres de la población rural ni existen motivos para creer que el crecimiento económico requiere de una educación suficiente para esos sectores. No se ha podido disminuir la desigualdad.
Si queremos crecer democráticamente, debemos transmitir en los programas educativos panameños aptitudes para reflexionar sobre las cuestiones políticas que afectan a la nación, la aptitud para reconocer a los otros ciudadanos como personas con los mismos derechos que uno, aunque sean de distinta raza, religión, género u orientación sexual, y contemplarlos con respeto, como fines en sí mismos y no como medios para obtener beneficios propios mediante su manipulación. La aptitud para emitir un juicio crítico sobre los dirigentes políticos y la aptitud para pensar en el bien común de la nación como un todo, no como un grupo reducido a los propios vínculos locales. No debemos descuidar las ciencias sociales, artes y humanidades en los currículos panameños: la ciencia y las humanidades cohabitan sinérgicamente a través de las sociedades.
El autor es cirujano sub especialista.
