La educación es un derecho fundamental y una herramienta esencial para el desarrollo individual y colectivo de cualquier nación. En Panamá, este derecho se ejerce principalmente a través de dos sistemas: el público y el particular. Aunque ambos tienen como objetivo formar ciudadanos capaces y comprometidos, existen diferencias notables en calidad, acceso, infraestructura y resultados. Esta realidad ha creado una profunda brecha educativa entre los estudiantes de distintas clases sociales, reforzando desigualdades históricas y limitando el potencial de desarrollo equitativo en el país.
Uno de los principales contrastes entre la educación pública y la particular en Panamá es el acceso. Mientras que la educación pública es gratuita y está disponible en casi todo el territorio, incluyendo áreas rurales e indígenas, la educación particular se concentra en zonas urbanas y requiere el pago de mensualidades elevadas, lo que la convierte en un privilegio para las clases media y alta. Esta diferencia económica condiciona desde el inicio las oportunidades de muchos niños y jóvenes panameños.
En cuanto a la calidad educativa, los centros particulares tienden a tener una ventaja significativa. Cuentan con programas más actualizados, metodologías activas, menor cantidad de estudiantes por aula, énfasis en idiomas, acceso a tecnología y actividades extracurriculares. Por el contrario, muchos planteles públicos enfrentan serias dificultades: falta de recursos didácticos, estructuras deterioradas, interrupciones por huelgas y escasa capacitación continua de los docentes. Aunque hay excepciones notables, como colegios oficiales con alto prestigio, la mayoría de los estudiantes del sistema público no reciben una educación de igual calidad.
Sin embargo, a pesar de todo esto, en los últimos años la calidad de la educación particular está siendo cada vez más cuestionada.
Durante años, la educación particular ha sido percibida como sinónimo de calidad, asociada a mejor infraestructura, más recursos y mejores resultados académicos. Sin embargo, los últimos ciclos de evaluación, especialmente las pruebas PISA 2018 y 2022, revelan que esta percepción no siempre se traduce en excelencia educativa sostenida. Aunque los estudiantes de colegios particulares obtienen mejores puntajes que los del sistema público, sus resultados aún están por debajo de los estándares internacionales.
En PISA 2022, los estudiantes de escuelas particulares promediaron entre 400 y 420 puntos en lectura, ciencias y matemáticas. Aunque superiores a los colegios públicos, estos puntajes siguen siendo menores al promedio de la OCDE (alrededor de 470–490 puntos).
En muchos casos, los colegios particulares más pequeños o de menor costo tienen resultados similares a los de las escuelas públicas, lo que revela una gran heterogeneidad dentro del propio sector particular. La preparación para el pensamiento crítico y la resolución de problemas complejos —habilidades clave en PISA— sigue siendo baja incluso en la educación particular. Por ejemplo, muchos colegios particulares aún priorizan la memorización sobre el análisis y la comprensión, lo cual afecta el rendimiento en pruebas de razonamiento como PISA.
No todos los colegios particulares ofrecen la misma calidad. Algunos son de bajo costo y tienen recursos limitados, similares a los de las escuelas públicas. Además, aunque cuentan con recursos, muchos planteles particulares no han actualizado significativamente sus métodos de enseñanza ni han integrado tecnologías de manera efectiva. Otro aspecto relevante es la escasa preparación para evaluaciones internacionales. Algunos colegios no preparan a sus estudiantes para este tipo de pruebas, lo que afecta su desempeño, aunque mantengan buenos promedios internos.
Aunque la educación particular en Panamá supera en promedio a la pública, sus resultados recientes muestran que no está exenta de debilidades. La baja preparación en pensamiento crítico, la desigualdad interna entre colegios y la falta de adaptación a estándares internacionales indican que la calidad educativa no se garantiza solo con el pago de una matrícula. Es necesario impulsar mejoras pedagógicas, actualización docente y enfoques centrados en habilidades reales del siglo XXI.
La infraestructura también marca una diferencia importante. Las escuelas particulares suelen tener instalaciones modernas, laboratorios equipados, conexión a internet y espacios adecuados para el aprendizaje. En contraste, muchas escuelas públicas presentan deficiencias: techos dañados, baños inservibles, carencia de bibliotecas, laboratorios o materiales básicos. Esta situación no solo afecta el aprendizaje, sino también la dignidad y motivación de los estudiantes.
Además, los resultados académicos muestran un patrón preocupante. Los estudiantes de escuelas particulares tienen mayor acceso a universidades privadas, becas, intercambios internacionales y mejores empleos. Pero, aun con esos privilegios, muchos se enfrentan a un entorno desconocido: la educación superior, que en nada se parece a lo antes aprendido y que implica una mayor exigencia académica. Muchos estudiantes de escuelas particulares panameñas se frustran en la universidad, especialmente quienes ingresan a instituciones extranjeras. Terminan abandonando o enfrentan dificultades que afectan su aprendizaje. Ni hablar de los alumnos del sistema público, quienes enfrentan aún más obstáculos para competir en igualdad de condiciones o para optar por una beca que les permita siquiera acceder a una carrera universitaria. Y lo cierto es que, en ambos casos, la diferencia numérica en los resultados es relativamente poca, tanto en pruebas nacionales como internacionales, como las evaluaciones PISA.
Este panorama educativo refleja una profunda desigualdad social, donde el origen económico de un estudiante determina en gran medida su acceso a una educación de calidad. En lugar de ser un mecanismo de movilidad social, la educación en Panamá muchas veces perpetúa las divisiones de clase. El país enfrenta el reto urgente de transformar este sistema desigual en uno más equitativo, inclusivo y de alta calidad para todos.
La comparación entre la educación pública y particular en Panamá no debe verse únicamente como una competencia entre dos sistemas, sino como una señal de alerta sobre la desigualdad estructural del país. La educación debe ser un puente hacia un futuro mejor para todos, no un privilegio reservado para unos pocos. Por tanto, es responsabilidad del Estado y de toda la sociedad invertir en el fortalecimiento de la educación pública, garantizando que cada estudiante —sin importar su origen— reciba una formación digna, completa y transformadora. Solo así podremos avanzar hacia un desarrollo justo, sostenible y verdaderamente inclusivo.
La autora es poeta y narradora.
