El tema de la educación sexual ha tomado auge en los espacios públicos de la sociedad. Se argumenta que se violan los derechos reproductivos y de los niños al no adoptar las medidas recomendadas por la ONU.
El proyecto de Ley 61 de 2014, que buscaba establecer políticas en esta materia, fue rechazado tras protestas ciudadanas. Este hecho evidenció que cualquier propuesta debe construirse con diálogo y respeto a los valores de la sociedad panameña, no como una imposición de agendas externas.
En 1995, la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing promovió la perspectiva de género mediante la Declaración y la Plataforma de Acción, recomendando a los países adoptar la educación sexual bajo esa óptica. Filósofos como Judith Butler han desarrollado teorías que plantean que el sexo y el género son construcciones culturales. Aunque parte de estas ideas encontraron eco en la discusión del proyecto de Ley 61, la sociedad panameña mostró un claro rechazo.
La experiencia internacional también ofrece lecciones. En países como España, el Ministerio de Sanidad reportó en 2023 un total de 3,196 nuevos diagnósticos de VIH, de los cuales el 55% correspondió a hombres que tienen sexo con hombres (HSH).
Por ello, Panamá necesita un modelo educativo propio, que responda a sus realidades y fortalezca su identidad cultural. La educación sexual es necesaria, pero debe cimentarse en la evidencia científica y, sobre todo, en una cultura moral sólida que proteja la infancia, valore la fertilidad y refuerce la responsabilidad familiar. Solo así podremos evitar repetir errores ajenos.
No podemos olvidar que la cultura está profundamente relacionada con la conducta del individuo. Si no la protegemos y dejamos que sea dictada desde el Estado de forma desarraigada, puede ser peligroso.
El autor es estudiante de psicología.
