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Educar en tiempos de posverdad

Vivimos en tiempos en los que la mentira ha dejado de ser una anomalía del discurso para convertirse en la norma. En este escenario, dominado por la posverdad —un concepto definido por el Diccionario de Oxford como aquellas circunstancias en que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y la creencia personal—, la educación cívica enfrenta el desafío urgente de adaptarse o fracasar en su propósito fundamental: formar ciudadanos críticos, responsables y comprometidos con la democracia.

Zygmunt Bauman, sociólogo contemporáneo, advertía que la posverdad no es solo una mentira más sofisticada, sino el síntoma de una sociedad que ha perdido la confianza en la objetividad, el conocimiento experto y las instituciones democráticas.

En ese contexto, la educación cívica no puede limitarse a ser una asignatura marginal en los planes de estudio. Debe convertirse en un eje transversal del currículo escolar que enseñe a discernir entre hechos y opiniones, a cuestionar la manipulación informativa y a valorar el bien común por encima de los intereses individuales.

La adecuación curricular exige una revisión profunda de los contenidos, métodos y propósitos de la educación cívica. No basta con aprender los órganos del Estado o memorizar los derechos fundamentales; es imprescindible desarrollar habilidades para detectar noticias falsas, analizar discursos políticos y reconocer los mecanismos de manipulación mediática. La alfabetización digital y mediática debe ser parte central de esta transformación.

En este esfuerzo, el papel del docente es insustituible. Son los educadores quienes median entre el currículo y la experiencia vivida del estudiante. Su formación continua en pensamiento crítico, ética de la información y pedagogía del diálogo es clave para que puedan guiar a las nuevas generaciones en un entorno saturado de desinformación. Además, deben ser ejemplo de integridad intelectual y apertura al debate, generando espacios seguros donde el disenso no sea reprimido, sino comprendido.

Educar en tiempos de mentira es una tarea contracorriente, pero necesaria. Implica no solo enseñar verdades, sino enseñar a buscar la verdad, a dudar de lo dudoso y a comprometerse con el rigor de la razón en un mundo que premia el ruido y la emoción sobre la reflexión. Es una tarea política en el mejor sentido de la palabra: la de formar ciudadanos libres y conscientes.

Frente a los desafíos de la posverdad, la educación cívica no debe retroceder, sino avanzar. No puede ser un adorno curricular, sino la columna vertebral de la escuela democrática. Solo así será posible educar para la libertad, la justicia y la verdad.

El autor es especialista en Ciencias Sociales.


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