Hace unos días me tocó presenciar una lamentable situación en la que un niño estaba molestando a otro al frente de sus compañeros. Fue algo breve, unas cuantas palabras solamente, pero eran palabras de peso para el niño molestado.
Me sorprendió ver a los compañeros que estaban alrededor. Salvo uno, que se estaba divirtiendo con el espectáculo, el resto estaba callado. Algunos se pusieron a hacer otra cosa, otros miraron para otro lado, pero indudablemente, estaban incómodos.
Me puse a pensar cómo a veces la ansiedad nos congela, nos aguanta de tomar acción, y nos evita de volvernos agentes de cambio para ayudar a una persona en una posición vulnerable.
En 1964, en Queens, Nueva York, una joven llamada Kitty Genovese estaba llegando a su casa y fue apuñalada por un señor. Se dice que algunas personas vieron el homicidio, sin embargo, nadie ayudó a Kitty y ella murió. De allí se hicieron unos estudios sobre el efecto del espectador (bystander effect en inglés.)
Este concepto explica que al tener más personas presentes, menos probabilidad existe de que alguien tome acción. Los sociólogos Bibb Latané y John Darley dicen que cuando hay más personas se produce una difusión de responsabilidad en la que cada uno espera que el otro haga algo. Como consecuencia, no se toma acción y la persona que necesita ayuda se queda sin ser ayudada.
A raíz de esto, en cursos de primeros auxilios se les enseña a los rescatistas a darles instrucciones específicas a los espectadores, de forma que responsabilizan al individuo con una tarea. Esto ayuda a compartir la responsabilidad y a transformar a observadores en agentes de cambio.
Lo mismo que describen Latané y Darley estaba sucediendo en el salón de clases. Los compañeros estaban esperando que otra persona interviniera e hiciera algo y ninguno se quería involucrar en rescatar a su amigo.
A menudo subestimamos nuestro poder de hacer algo, nuestro valor. Nos asusta ser la diferencia. Nos cuesta sobresalir. La ansiedad nos mantiene encasillados en nuestra zona de confort y no actuamos. Pero, fallamos en darnos cuenta de que al no actuar, estamos lastimando a una persona que podría necesitar nuestra ayuda.
Considero que tenemos un trabajo importante por delante con nosotros mismos de empoderarnos y conocer nuestro valor en ayudar a una persona que en algún momento dado no se puede ayudar a sí misma. Debemos recordar que podemos hacer la diferencia. A veces solo se necesita de una persona; seamos esa persona que aporta a la salud mental de los demás.
La autora es psicóloga, voluntaria de la Fundación Relaciones Sanas.