El panameño no cambia su hábito cuando de campañas políticas se trata. Los candidatos, asesores y seguidores lo saben, y por eso abusan. Con esto me refiero a la popularidad, a la simpatía y las encuestas, que parecieran los elementos a seguir para que un candidato a un puesto de elección popular sea el elegido. Incluso, los corruptos, ladrones y gente de mal vivir, gozan de popularidad y simpatía. Pareciera que la honestidad, la autenticidad, la inteligencia, las ideas, el trabajo, la preparación académica, los valores morales y éticos, la excelencia en trayectoria personal y política no tienen valor alguno.
Hay políticos expertos en usar varias máscaras. Éstas ocultan su verdadero yo. Son especialistas en hipocresía y cinismo, las máscaras más usadas. También los hay muy buenas personas, pero no es una cualidad para destacarse. Lo que más pareciera gustarles a los votantes es aquel con la mejor sonrisa, el cuentista e intrigante, el sinvergüenza, el pedante, el inepto, el que más vocifera y habla con insensatez y palabras soeces.
La opinión pública parece estar a favor de quienes encabezan las encuestas. Por eso muchas campañas electorales buscan provocar ese efecto ganador haciendo que los ciudadanos voten por la persona que tiene más apoyo popular, porque desean pertenecer a la mayoría. Las empresas de marketing político lo saben y lo usan cuando quieren vender a un candidato político. Este fenómeno suele estar en manos de los grupos que detentan el poder, controlando los medios de comunicación y la generación de cultura y pensamientos bajo la suposición de que si a la mayoría le gusta tal candidato, este es el que es.
Seguir a la mayoría en términos políticos es un estado de ánimo colectivo, un impulso ancestral que parece venir desde el fondo más primitivo de nuestro cerebro. El cerebro humano ha desarrollado magníficas habilidades y capacidades vinculadas con la inteligencia y la creatividad. Pero todo ese desarrollo se ha hecho conservando intacto el cerebro animal que le subyace. Incluyendo aquel comportamiento de manada que en oscuros tiempos prehistóricos seguramente fue vital para sobrevivir en un entorno hostil y peligroso. El efecto ganador lo explica con claridad: es un fenómeno psicológico en que la gente hace algo, porque otras personas lo están haciendo, independientemente de sus propias creencias. Este fenómeno tiene muchas implicaciones. Una de ellas opera sobre el electorado menos informado y con menores definiciones partidarias e ideológicas.
El elector debe saber elegir por el candidato que está interesado en saber cómo piensan los votantes, así la comunicación sería mucho más efectiva y eficiente. Habría una conexión más directa con los problemas que afectan a la comunidad sin caer en promesas que no se puedan cumplir. Pero, hay candidatos que trabajan como si dentro del votante no hubiera ningún cerebro. Cada ser humano tiene tres cerebros y el cerebro absorbe mucha información. Pero, llega a un límite en el que se satura por el enorme bombardeo informativo de los medios, sin olvidar las encuestas y más encuestas.
Opiniones, noticias, rumores verdaderos o falsos, confiables y no tan confiables y por supuesto las famosas descalificaciones. Para ganar votos hay que entrar al cerebro de manera simple y sencilla, en los argumentos, en las posiciones políticas y en los mensajes. Nada de chismes, ni mentiras ni engaños y tampoco clientelismo. La psicología política te lo dice: el votante escucha lo que quiere oír. Cada persona prefiere escuchar los puntos de vista más cercanos a los suyos.
El consultor político y psicólogo Daniel Eskibel señala: “Las decisiones humanas, incluyendo las decisiones políticas, son esencialmente irracionales y emocionales. La dinámica psicológica es por lo menos 95% inconsciente y no más de 5% consciente. La paradoja es que la comunicación política prioriza ese 5% consciente y olvida al decisivo 95% inconsciente. Considerando esto, entonces, no debería sorprender que ocurran tantas sorpresas electorales”.
La autora es psicóloga clínica

