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El Canal de Panamá entre la neutralidad y el tablero global

Cada vez que un buque atraviesa las compuertas de Gatún, es inevitable sentir el peso simbólico de una hazaña que marcó la historia del siglo XX. Pero en 2025, el escenario estratégico ha mutado: el adversario ya no es la jungla, la malaria ni las mareas. Hoy, la mayor amenaza al Canal de Panamá se esconde en tecnologías asimétricas: enjambres de drones, misiles de crucero de bajo perfil y virus informáticos diseñados para alterar sistemas críticos sin disparar un solo tiro.

En ese contexto, el reciente Memorando de Entendimiento (MoU) firmado entre Panamá y Estados Unidos —en teoría para fortalecer la seguridad del Canal— revela más sobre el ajedrez geopolítico que sobre una verdadera estrategia de defensa. Washington no busca solo proteger el comercio global; busca reafirmar su influencia sobre una ruta clave en un mundo donde las cadenas de suministro se han convertido en campos de batalla.

Los medios insisten en señalar a China como amenaza potencial. Pero el análisis lineal no resiste el escrutinio. Pekín es uno de los principales usuarios del Canal: más del 20% del tránsito anual le pertenece. Afectar su operación sería dispararse al pie. El riesgo real proviene de actores intermedios —Irán, Corea del Norte, grupos proxy o hackers estatales sin bandera— interesados en sabotear el orden global sin involucrarse directamente. Basta un solo ataque quirúrgico para generar caos internacional y probar, una vez más, que la asimetría puede doblegar al gigante.

La neutralidad pactada en los Tratados Torrijos-Carter ha funcionado como escudo diplomático. Pero la neutralidad, en tiempos de guerra híbrida, no garantiza invulnerabilidad. Tampoco disuade. El artículo IV del tratado limita la presencia de fuerzas extranjeras permanentes, lo que complica cualquier despliegue efectivo de defensa avanzada. Para instalar un escudo antimisil en el Pacífico panameño, habría que modificar leyes, la Constitución y, probablemente, consultar al electorado.

Mientras tanto, otras potencias se mueven. China ha invertido en puertos regionales estratégicos, Rusia ha ampliado su presencia naval en el Caribe y Turquía teje alianzas discretas en Centroamérica. Panamá, en cambio, mantiene una postura de baja intensidad que, si bien diplomáticamente elegante, puede convertirse en un flanco abierto. El Canal no solo es vital para el comercio global, sino también un símbolo de influencia hemisférica. Y en tiempos de bloques enfrentados, los símbolos también son objetivos.

Nuestra decisión histórica de abolir el ejército hace 35 años fue una conquista civilizatoria, pero también dejó un vacío conceptual: ¿quién defiende los intereses estratégicos en la era del ciberataque y el sabotaje híbrido? Las fuerzas públicas operan con medios limitados, sin capacidad para interceptar amenazas aéreas ni subacuáticas.

Frente a ello, el acuerdo con Washington ofrece “asistencia técnica y entrenamiento”. Pero eso no basta. Se requiere una política exterior más activa, una diplomacia que construya disuasión no solo con Estados Unidos, sino también con Europa, Asia y América Latina. Significa hablar con todos, pero prepararse para todo.

La resiliencia del Canal no depende únicamente de su infraestructura. Depende de nuestra capacidad de proyectar disuasión estratégica. Duplicar componentes críticos, segmentar redes, desplegar sensores hidroacústicos, construir gemelos digitales y reforzar la ciberseguridad son medidas indispensables. Pero también lo es fortalecer nuestra presencia en foros multilaterales, formar alianzas tecnológicas y establecer canales de inteligencia con socios confiables.

Panamá debe recuperar el lugar que tuvo en el siglo XX: un país pequeño con voz propia en la gran política. Hoy, el Canal es más que una vía acuática; es un nodo de poder global. La mejor defensa es una política exterior que inspire respeto, una seguridad nacional adaptada a los nuevos tiempos y una narrativa soberana que evite convertirnos en peón del conflicto ajeno.

Porque si el Canal de Panamá se convierte en rehén de las tensiones globales, no habremos perdido solo una ruta comercial: habremos extraviado nuestra capacidad de decidir.

El autor es escritor y máster en administración industrial.


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