Espacios para el diálogo y la tolerancia

El caso imperativo de las bibliotecas

Creo, quiero creer, que una gran parte de la población aún ve a las bibliotecas como instituciones seguras y necesarias. Desde el estudiante que busca esa información para su proyecto, hasta la mamá que lleva a su hijo a la sala infantil; desde el adulto que se reúne con sus amigos en una tarde de té y poesía, hasta el investigador que accede a documentos académicos importantes, las bibliotecas son instituciones nobles, necesarias y valiosas.

Sin embargo, en la arena conflictiva de la política parece no haber consenso sobre el valor de las bibliotecas públicas y por eso la asignación de recursos es siempre limitada y precaria. Mejorar el presupuesto para las bibliotecas es motivo de risas para muchos políticos que tienen la responsabilidad de velar por ellas. Es más fácil ensillar un gallote que convencer a los que toman las decisiones políticas de que mejorar el presupuesto para las bibliotecas es apostar por un Panamá más educado, equitativo, justo y democrático.

Lo he escrito muchas veces y lo seguiré haciendo. Panamá es un país con un Canal Interoceánico que aporta magníficamente a la economía, tiene los puertos y el aeropuerto más gigantes del istmo centroamericano, el área bancaria más inmensa, los malls más colosales y es el único país de Centroamérica con metro, pero es uno de los países con las bibliotecas más empobrecidas de la región.

Pese a que en otros países se habla de la noción de las bibliotecas como constructoras de futuro, en nuestro país parece que han ido perdiendo futuro. Esto sucede porque no se tiene conocimiento del valor social de la biblioteca. Cuando alguien me dice que las bibliotecas ya no son útiles en el mundo desarrollado y tecnológico, suelo hacer esta pregunta: ¿Por qué razón, entonces, las bibliotecas más asombrosas y hermosas suelen estar en países desarrollados?

Solo en los países subdesarrollados la gente con mentalidad subdesarrollada suele pensar que las bibliotecas no sirven o están pasadas de moda. He tenido la oportunidad y el honor de conocer algunas bibliotecas maravillosas en el extranjero y lo primero que me llama la atención es que son mucho más que repositorios de libros. Prácticamente son plazas públicas modernas, espacios interactivos, seguros, neutrales e inclusivos donde la comunidad se encuentra.

Son espacios que fomentan el diálogo cívico, la tolerancia y el sentido de pertenencia. La gente las mira como un baluarte de la democracia porque proporcionan acceso a información diversa, veraz y plural, además de que son escenarios de múltiples actividades donde las personas se introducen en distintos emprendimientos.

En mi concepto, el verdadero desarrollo de un país se respira cuando la población cuenta con excelentes instituciones que brindan servicios de educación, salud y conocimiento, y la biblioteca pública debería de ser ese lugar significativo que ayuda a cerrar brechas, no solo en la educación, sino en todas las esferas de la vida humana.

En Panamá el impacto de las bibliotecas en la calidad de vida, la economía local, la cohesión social y el futuro educativo de los ciudadanos, es una tarea por hacer. Es muy difícil demostrar a los que asignan el presupuesto que las bibliotecas representan más que un gasto; son una inversión con retorno tangible, pero que hace falta medir. No tenemos estudios que midan esto. Pero hay datos en los informes de las bibliotecas que podrían servir para estudiar el valor cuantitativo y el beneficio económico que aporta una biblioteca.

Por ejemplo, muchas bibliotecas públicas ofrecen servicios de manera gratuita como acceso a computadoras e internet, préstamo de libros que los usuarios no tienen que comprar, salas de estudio que ahorran costos de energía en los hogares, opciones de talleres y cursos de formación que equivalen a un pago en una academia privada, recursos didácticos, entre otros.

La biblioteca pública es la extensión de la comunidad. Es la mano extendida del aula de clase, de la oficina del abogado, del centro de salud que brinda una charla, del docente que da un curso de inglés. La biblioteca pública es la principal proveedora de los derechos humanos porque es el antídoto más eficaz contra la exclusión. Puede ser el lugar donde un desempleado necesita postular un trabajo en línea, donde un adulto mayor puede hacer una videollamada con sus familiares en el extranjero, donde un estudiante investiga para un proyecto; la biblioteca es la única ventana a la verdadera libertad.

Pero el abandono en que están nuestras bibliotecas públicas, algunas sin agua ni internet, no permite que estos derechos culturales básicos estén accesibles a la gente. Sabemos que asignar fondos a ciegas, tampoco es la solución. Pero ojalá las autoridades pudieran medir los beneficios y el impacto económico y su valor social. Es uno de los principales desafíos que tenemos si queremos ser un país verdaderamente desarrollado.

El autor es escritor.


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