Ningún gobernante está exento de transgredir la ley divina. El papa Francisco dedicó una encíclica al cuidado de la Tierra, llamándola la casa común. Denunció la locura de extraerle todo a la Tierra para la satisfacción de los que hoy estamos vivos, sin importar las generaciones futuras.
La actividad minera acarrea estragos irreversibles, y nuestros gobernantes parecen no tener conciencia de ello. No existe forma humana de revertir el envenenamiento que provoca esa inmensa extracción del subsuelo. Este daño no solo se limita al área de explotación: las nubes recogen los ácidos venenosos y los dispersan sobre amplias regiones, generando lluvia ácida. Los trabajadores de la mina, muchas veces ignorantes de los riesgos, buscan un salario bien remunerado, pero desconocen los efectos de respirar gases contaminantes. Esas extracciones enferman a las familias que habitan en las zonas cercanas. La historia de los pueblos mineros es una historia de perjuicio: tierras devastadas y un sinfín de enfermedades provocadas por la minería.
¡Me asombra la complacencia de tantos que, siendo nobles, callan! Hay que detener esta procesión fatal de pasos retorcidos y promesas de dinero. Los objetivos que nos imponen no alivian la miseria: la profundizan.Hay que distinguir entre el bien y el mal. El dinero que promete hoy la minera es, sin duda, el daño de mañana, producto de la falta de discernimiento ecológico. El respeto a las leyes de la naturaleza es fuente de verdadero progreso humano.
Como defensora del río Pacora, puedo dar testimonio de los daños causados por gobernantes que otorgaron concesiones mineras para explotar sus piedras, arenas, cascajo y ripio. Por eso hoy tenemos agua racionada.El río Pacora fue orgullo de los pueblos. Hoy está reducido a barro. Las fincas productoras se han perdido, el turismo ha desaparecido, y hasta el Sagrado Bosque de Galerías fue arrasado. Todo por culpa de presidentes corruptos que entregaron concesiones.Destaca entre ellos el empresario explotador Shahani, intocable, dueño de una cantera privada a través de varios gobiernos.
El río Pacora debía abastecer de agua superficial a Tocumen, Pedregal, Pacora, San Martín, Las Garzas y otros sectores. Hoy ni siquiera los vecinos de este otrora grandioso río pueden obtener el agua que antes la generosa naturaleza nos daba en abundancia. Sin el líquido vital no hay progreso. El antes hermoso río Pacora, fuente de vida y alegría, quedó en retroceso.
El río Pacora es espejo de la devastación ecológica causada por el visto bueno presidencial a concesiones que generan destrucción irreversible. Esto debe considerarse un delito grave, porque los daños están a la vista y son descomunales.
La autora es vocera de la Defensa del río Pacora.

