Al acercarse el final del 2023, Panamá se sitúa en un momento crucial, marcado por una situación política y económica desafiante. En este contexto, el derecho a la felicidad emerge como un tema esencial, entrelazándose con las nociones de justicia y el deber ser.
Panamá, reconocido por su canal y como centro financiero, enfrenta retos importantes. La política del país está inmersa en debates sobre la equidad en la distribución de recursos y la necesidad de una mayor transparencia gubernamental. Desde el punto de vista económico, se esfuerza por mantener un equilibrio entre crecimiento y sostenibilidad ambiental, en medio de las expectativas de una población consciente de sus derechos y deseosa de mejorar su calidad de vida.
La idea del derecho a la felicidad, aunque no es nueva, adquiere relevancia en este escenario. Filósofos como Aristóteles y en tiempos más recientes, Amartya Sen y Martha Nussbaum, han enfocado la felicidad como un objetivo fundamental de la sociedad. En Panamá, esto implica no solo el bienestar económico, sino también el acceso a educación de calidad, servicios de salud eficientes, y una vida libre de corrupción y discriminación.
La justicia, idealmente, está intrínsecamente ligada a la felicidad. Para Panamá, esto se traduce en la búsqueda de una justicia equitativa y accesible para todos. Pensadores contemporáneos como Michael Sandel y Nancy Fraser sostienen que la justicia debe ir más allá del cumplimiento de la ley; debe enfocarse en una distribución justa de oportunidades y recursos.
Los pensamientos de Platón en “La República” sobre una sociedad justa, donde los gobernantes deben priorizar el bienestar colectivo, resuenan en el Panamá actual. Paralelamente, la teoría de las capacidades de Amartya Sen sugiere que la felicidad se mide por la libertad de las personas para alcanzar su potencial, desafiando a Panamá a crear un entorno que permita el florecimiento individual.
La educación juega un papel crucial en este proceso, no solo en términos académicos, sino también en la promoción de una cultura que valora los derechos, las responsabilidades y el sentido de comunidad. Con su rica diversidad cultural, Panamá tiene la oportunidad de ser un referente en el fomento de una sociedad más consciente y participativa.
Mirando hacia el futuro, el destino de Panamá en su búsqueda del derecho a la felicidad depende de su habilidad para integrar una política y economía justas, una sociedad educada y consciente, y un compromiso con la equidad y la transparencia. Es un desafío considerable, pero la recompensa, una sociedad más justa y feliz, es un objetivo loable y alcanzable.
En conclusión, Panamá, al borde del 2024, se encuentra en una encrucijada vital. El derecho a la felicidad, lejos de ser un mero ideal, es una meta tangible que requiere un compromiso colectivo con la justicia, la educación y la equidad. Inspirándose en los pensadores del pasado y del presente, Panamá tiene la oportunidad de construir un futuro prometedor, donde la felicidad y la justicia sean realidades accesibles para todos sus ciudadanos.
El autor es abogado
