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El dopplergänger que camina con paso firme

En la cultura alemana y nórdica, la palabra doppelgänger es una combinación de doppel (doble) y gänger (caminante), un término germano que a veces se traduce como “caminante doble”: una figura que no es exactamente un gemelo, sino un reflejo inquietante, una sombra deformada que camina a nuestro lado. Sigmund Freud lo describió como “esa especie de miedo que parte de lo que antaño conocíamos bien y hacía mucho que nos era familiar, pero de pronto se vuelve extraño y perturbador”. La Panamá actual parece estar frente a uno de esos reflejos autoritarios espectrales: el paso firme como el doppelgänger político e ideológico de la dictadura militar panameña.

Los individuos no son los únicos que pueden tener un doble; las naciones, culturas, medios de comunicación y cruzadas políticas también lo tienen: de secular a teocrático, de pluralista a fascista y de revolucionario democrático a dictadura de la cruzada civilista. El autoritarismo panameño engendró dos hijos idénticos: el primogénito revolucionario, que en los años ochenta vistió uniforme militar, y el mellizo menor, civilista, que en pleno siglo XXI se disfraza con saco y corbata.

Hoy no hablaré de la campaña de desinformación orquestada por los autoritarios del planeta, con sus televisoras y redes sociales doppelgänger, empeñados en convencer a la población de que la democracia es indeseable y que no existe alternativa mejor que la dictadura de sus naciones. Esos noticieros doppelgänger repiten hasta el cansancio que la democracia es un espejismo fracasado y se exhiben como defensores de sus gobiernos frente a cualquier presión, ya sea interna o externa. Hablaré, en cambio, del mensaje de resignación, obediencia y aplauso que nos envía la administración firme panameña.

La dictadura militar en Panamá se justificó principalmente en la necesidad de mantener el orden, recuperar el Canal de Panamá y promover el desarrollo económico, porque los gobiernos civiles predecesores habían sido corruptos e ineficaces; los castrenses se presentaban como la solución para limpiar la administración pública y garantizar una gestión más transparente. La cruzada civilista, autodenominada paso firme en 2025, desde la poca democracia panameña aún en pie, adopta un discurso que, aunque distinto en forma y contexto, también identifica “enemigos internos”: sindicalistas, obreros de la construcción, “secuestradores” de la educación y movimientos sociales que serían obstáculos absolutos para el país que la cámara comerciante desea macroeconómicamente construir. Ayer Noriega decía salvar a Panamá del comunismo; hoy el gobierno del paso firme pretende salvarla de la izquierda no democrática.

Noriega fue la encarnación explícita del autoritarismo: control militar absoluto, represión sistemática, manipulación de las instituciones y una diplomacia del miedo. Su figura representaba al “Estado fuerte” que, en realidad, se sostenía en la intimidación y la censura. Fue derrocado por Black Hawks y Apaches en 1989, pero su sombra no salió del todo de la política panameña. Hoy, los políticos civilistas gobiernan con una visión del poder como patrimonio personal, no como un servicio público sujeto a contrapesos. El espejo quedó ahí, esperando que alguien lo mirara de nuevo.

Hoy, en pleno siglo XXI, los panameños se miran en el espejo del noriegato con la administración del paso firme como protagonista. Ni militar ni dictador, llegó al poder con el 34% de los votos. Sin embargo, su discurso de mano fuerte, su admiración por el orden impuesto y su cercanía a estilos de poder vertical evocan la silueta del reflejo de los militares de los años ochenta. Han decidido vaciar de sentido los consensos democráticos: atacan a la Asamblea Nacional, desacreditan el diálogo social y desprecian la construcción de mayorías. La diferencia es formal, pero no de fondo: en ambos casos, la política se concibe como imposición de un plan, no como negociación plural.

El paso firme se presenta como la dictadura civil que trae orden al caos con métodos y prioridades centrados en el “déficit fiscal”: endurecimiento de políticas internas y un claro desdén hacia la protesta social.

La metáfora del doppelgänger encarna la versión adaptada de la dictadura militar en un molde autoritario que Panamá ya conoció, con los mismos reflejos de control centralizado. En ambos casos, el poder se concibe como una estructura que impone desde arriba, no como un pacto que se construye desde abajo.

El paso firme recurre a la “inseguridad” y la “corrupción” como fantasmas útiles para concentrar poder en Panamá, y al igual que Noriega justificaba su represión con la amenaza del “consumismo” y la “injerencia extranjera”, sabe utilizar el miedo como combustible del autoritarismo. La dictadura lo hizo con fusiles; hoy la cruzada civilista lo hace con el lawfare y discursos con un riesgo similar: la erosión de una democracia post-covid ya frágil.

Panamá ya vivió el horror de un régimen que confundió fuerza con justicia y control con gobernabilidad. Esperemos que la sociedad reconozca las señales a tiempo: el autoritarismo no siempre llega con botas militares; a veces lo hace con saco y corbata, prometiendo chen chen y creando antagonistas para justificar la concentración de poder. La vieja fórmula de presentarse como garantes de la estabilidad frente al “caos” y su desdén hacia la protesta social y los sindicatos recuerdan la lógica norieguista de criminalizar la oposición.

A veces los doppelgänger vuelven con discursos renovados, pero con la misma esencia de poder personalista, redes clientelares y desprecio por la crítica, que ya no necesita machos de monte, Codepadi ni batallones de la dignidad. La democracia puede ser vaciada de adentro hacia afuera por discursos y políticas que reeditan los fundamentos ideológicos de la negación de crímenes de lesa humanidad, como lo sucedido en Bocas del Toro. El doppelgänger no es una copia perfecta: es un eco deformado que, sin ser idéntico, resulta lo suficientemente parecido como para inquietar. Una versión diseñada para que la historia se repita sin que lo notemos a tiempo.

Los doppelgänger no avisan: se infiltran lentamente, erosionando libertades mientras los miembros de la dictadura civilista repiten que “esto no es lo mismo”.

En 2024, Transparencia Internacional ya alertó sobre el riesgo de regresión en rendición de cuentas bajo el gobierno del paso firme, recordando que la opacidad fue caldo de cultivo de la dictadura militar de los años ochenta, a la que tanto combatió la cruzada civilista. El doppelgänger más preocupante es el Estado fascista, una versión sobria de las democracias centroamericanas.

El autor es médico subespecialista.


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