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El dragón se quedó sin relato de inversión

Durante años, la crítica estándar sobre la economía china fue casi unánime: Pekín invertía demasiado y maquillaba las cifras. Hoy el diagnóstico es distinto. La inversión se hunde y los datos oficiales son tan malos que algunos analistas ya sospechan que exageran el deterioro. El péndulo chino se mueve de un exceso a otro sin un rumbo claro, y eso debería inquietar tanto a sus ciudadanos como al resto del mundo.

Entre enero y septiembre de 2025, China invirtió 37.2 billones de yuanes en activos fijos. Es una cifra gigantesca, pero 0.5% menor que un año antes. Por primera vez en más de tres décadas —excluida la sacudida del covid— la inversión registrada cae en términos interanuales. El desplome se concentró en verano. En el tercer trimestre, la inversión habría retrocedido 6.6%. Es el tipo de frenazo que los pesimistas llevan años anunciando y que muchos gobiernos temen por su impacto global.

La explicación cómoda ha sido la vivienda. El ladrillo chino lleva años en declive. Hasta ahora, el golpe se compensaba con más gasto en fábricas, infraestructuras y servicios. Eso permitía sostener una narrativa tranquilizadora: el problema se limitaba al sector inmobiliario, no al modelo en su conjunto. Esa coartada se ha roto. En el tercer trimestre, incluso la inversión no vinculada a la vivienda cayó 3.5%. Ya no se trata solo de pisos vacíos y promotoras endeudadas, sino de una pérdida de confianza más amplia.

Pekín ha elegido un enemigo conceptual para este momento: la involución. Así denomina a la competencia desordenada, es decir, a la guerra de precios y al exceso de capacidad productiva que nace de años de inversiones duplicadas por gobiernos locales ansiosos de crear campeones regionales. El mensaje oficial es claro: basta de carreras ciegas por levantar fábricas en sectores de moda. Xi Jinping ha pedido frenar los proyectos lanzados a toda prisa.

El problema es que el frenazo no encaja del todo con esa explicación. El castigo a la inversión no se concentra en las industrias señaladas por la campaña contra la involución. El sector automotor, por ejemplo, ha sido reprendido por hundir precios, pero su inversión aumentó 19% hasta septiembre. Resulta difícil sostener que el relato moral sobre la competencia lo explique todo.

Otra parte del ajuste está en las cuentas locales. El Ministerio de Finanzas permitió a las autoridades regionales emitir bonos para sustituir deudas ocultas, muchas ligadas a empresas públicas de infraestructuras. La intención era ordenar el endeudamiento, no asfixiar la inversión. Sin embargo, varios gobiernos fueron más lejos y comenzaron a pagar deuda con recursos antes destinados a proyectos. Algunos cálculos estiman un agujero de 400,000 millones de yuanes, suficiente para explicar buena parte del frenazo.

Pero los números vuelven a estremecer. La Oficina Nacional de Estadísticas sostiene que la inversión aportó casi una quinta parte del crecimiento del PIB en el tercer trimestre. Si eso es correcto, el gasto en capital habría aumentado en términos reales. No encaja con la caída que sugieren los datos mensuales. Existen diferencias técnicas entre ambas series, pero no bastan para justificar esa brecha.

Surge entonces una sospecha poco habitual en China: los datos podrían estar infravalorando el desempeño real. Algunos gobiernos locales tendrían incentivos para exagerar su disciplina, informando menos inversión para demostrar obediencia a la campaña contra la involución. Quien infló cifras durante años ahora tendría una coartada política para recortarlas.

La reacción de Pekín refuerza la duda. No hay ambiente de pánico. El estímulo es modesto. Tres bancos del Partido Comunista recibieron permiso para tomar participaciones en miles de proyectos por unos 500,000 millones de yuanes. Además, se flexibilizó la emisión de bonos locales. Es un ajuste fino, no una ofensiva masiva.

El escenario final es inquietante. O la inversión se hunde de verdad y la cúpula china responde con una calma temeraria, o el desplome es en parte contable y las cifras están siendo acomodadas para encajar en la narrativa política del momento. En ambos casos, el mensaje es el mismo: la segunda economía del mundo ha convertido sus estadísticas en otro campo de batalla. Y cuando los números dejan de ser fiables, también lo hace cualquier promesa sobre su futuro crecimiento.

El autor es médico sub especialista.


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