Mi artículo comentando el libro de Ray Kurzweil sobre la singularidad, la inteligencia artificial y el futuro parece que gustó.
Terminadas las 421 páginas, donde me maravilló su minucioso y profundo conocimiento del cuerpo humano, y su no menor dominio científico de la tecnología avanzada que creó la inteligencia artificial, trataré de compartir algunas de sus predicciones. Kurzweil ya ha probado que, décadas después de previstos, los panoramas que describe tienden a cumplirse.
Kurzweil está en la junta directiva de la Armada norteamericana, por mencionar una de muchas otras, igual de importantes, que solicitan su orientación, al igual que las empresas dedicadas a esta tecnología.
En The Singularity Is Nearer brinda un adelanto de los cambios cósmicos y beneficios exponenciales que la Ia traerá para la humanidad en poco tiempo.
Destaca los grandiosos beneficios para mejorar y prolongar las vidas humanas, logros que, sin la Ia, tomarían siglos en lugar de pocas décadas.
Tras ponerme al día con Kurzweil, dejé el espíritu fatalista de la persona mayor para desear quedarme a ver los comienzos de esos saltos inimaginables que regalará la tecnología con la Ia: un mundo sin pobreza, sin enfermedades, sin vejez debilitante, libre de violencia gracias a la satisfacción general. Y seguro nos enteraremos en esta misma década de cómo se cumple su vaticinio: que la vida humana puede y debe extenderse hasta los mil años. Uno de los científicos citados por Kurzweil afirmó que ya nació el niño que llegará a vivir un milenio.
Kurzweil despeja la preocupación: ¿qué haríamos con tantos años sin aburrirnos? El desarrollo del mundo virtual será tal que, en conjunto con nuestro cerebro potenciado con un chip de Ia, y sin desgastarnos trabajando para subsistir, cada persona podrá desarrollar al máximo el potencial que lleva en sus genes: artistas, músicos, escritores, pintores, atletas, científicos, investigadores capaces de seguir perfeccionando lo logrado. Viviremos dichosos a lo largo de siglos por el solo hecho de vivir sanos e iguales.
Subrayé algunas líneas de Kurzweil. No siempre fue fácil seguirlo, sobre todo a medida que avanzaba, pero aprendemos el significado de palabras desconocidas al entender el concepto general.
El cerebro es el tema de los primeros capítulos: qué espacio ocupa y por qué no ha crecido en volumen durante la evolución. La respuesta es que no podemos tener el “cabezón” que quisiéramos, con más masa cerebral, porque no podría pasar por el conducto vaginal al nacer.
La compensación llegará a través de un invento del modesto cerebro que tenemos: la Ia, que incrementará millones de veces su capacidad y cuyo desarrollo ocurrirá plenamente en las próximas décadas.
Esta frase sacude: “El cerebro toma información del mundo exterior y la manipula vía redes increíblemente complejas. Los científicos han identificado recientemente redes en el cerebro que existen hasta en once dimensiones”.
Y dijo Kurzweil: “Hago énfasis en la naturaleza exponencial de este progreso”, como la ley de retornos acelerados, donde sugiere que en las próximas décadas presenciaremos avances tecnológicos que antes tomaban siglos. “No experimentaremos cien años de progreso en el siglo XXI; serán más bien 20,000 años al ritmo actual”.
Nos dice que veremos mejoras no solo en el mundo digital, sino en casi todos los aspectos de la vida. A medida que esta década progresa, herramientas impulsadas por Ia alcanzarán niveles sorprendentes en diagnósticos médicos. El campo de la medicina en imágenes será uno de los primeros en beneficiarse. Quizás la Ia será capaz de identificar factores de riesgo ocultos en órganos aparentemente saludables, permitiendo aplicar medidas que salven vidas antes de que surja el daño.
Durante años los robots han ayudado a los doctores, pero ahora están demostrando la habilidad de ejecutar cirugías sin participación humana.
En las décadas de 2040 y 2050, reconstruiremos nuestro cuerpo y cerebro para avanzar mucho más allá de lo que nuestra biología es capaz de lograr. A medida que la nanotecnología despegue, podremos optimizarnos a voluntad, correr más rápido y lejos, nadar y sumergirnos sin respirar hasta cuatro horas, e incluso dotarnos de alas funcionales.
Pensaremos millones de veces más rápido. Pero más importante aún: no dependeremos de la supervivencia de nuestros cuerpos físicos para que nuestra identidad continúe, pues mucho antes nos habremos copiado y guardado en reserva para un futuro tecnohumano.
Kurzweil dedica muchas páginas a alertar sobre los serios peligros que puede conllevar la proliferación de la Ia, pero también indica cómo —citando a muchos científicos de este campo— pueden prevenirse.
¿Cómo no sorprendernos y entusiasmarnos deseando, al menos, vislumbrar nuestro futuro?
La autora es escritora.
