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El gato invisible

Un país no se construye solo con titulares, ni se derrumba solo por escándalos.

Entre el ruido, las promesas vacías y los discursos repetidos, hay una mayoría que sigue ahí. Sin luces altas. Sin pancartas. Sin taquilla.

Gente que no grita, pero se sostiene y progresa. Educada, trabajadora, comprometida. Invisibles, sí, pero esenciales.

El gato invisible es valiente y resiliente. Es esa maestra que no dejó el aula cuando muchos sí lo hicieron. La madre que tuvo que dejar de trabajar para cuidar a sus hijos sin escuela.

Ese joven que se esfuerza por construir un futuro aquí, aunque a veces todo lo invite a irse.

El empresario que hace lo imposible por mantenerse a flote. Es ese panameño que sigue adelante, no por heroísmo, sino por sentido común y respeto.

Lo recalco: educar no es solo enseñar a caer de pie. Es también cuidar lo que otros construyeron y aportar sin esperar aplausos. Porque hay valor en lo discreto.

Hay dignidad en lo que no se muestra. Y, sobre todo, hay respeto en seguir haciendo las cosas bien cuando nadie nos mira.

En los últimos meses, hemos visto muchas salidas y abandonos. Profesores que dejaron sus aulas, instituciones que se vaciaron, siembras que no llegaron a cosecha, oportunidades que se dejaron ir, palabras que perdieron peso.

Pero también vimos a quienes se quedaron. A quienes siguen ahí, firmes, sin hacer ruido. A quienes aún creen que vale la pena intentarlo. Ellos son los gatos invisibles.

No todos los visibles son culpables, ni todos los invisibles son héroes. Pero hay desequilibrios que no podemos seguir ignorando. Y, mientras tanto, hay otros que sí se ven bastante.

Los que ocupan los titulares. A veces quitan más de lo que dan, apagan en lugar de iluminar, y reparten favores como si el país se acabara mañana.

Los que viven como si el país durara un día, y se olvidan de todos los demás por venir. Tal vez no ven al gato invisible. Pero el gato sí los ve.

Y, aunque no maúlla, recuerda. Observa. Espera. No se trata de confrontar. Se trata de reconocer.

De entender que hay una mayoría silenciosa que no quiere destruir nada, pero sí quiere mejorar todo. Que no busca poder, sino respeto.

Que no exige privilegios, solo oportunidades. Y que, a pesar de todo, todavía cree que Panamá puede ser un país para quedarse.

Insisto: Panamá tiene vocación global, y su fuerza nace de lo local. De esa red invisible de personas que día tras día sostienen el país.

No necesitan micrófonos ni pancartas. Necesitan que alguien los vea. Que se les incluya. Que se les tome en cuenta.

Porque no todo lo que se escucha es lo que importa. A veces, el perro que más ladra no muerde. Y, en cambio, el gato que no maúlla… es el que de verdad cuida la casa.

Y cuando ese gato finalmente cruza al centro de la sala, no lo hace para imponer, sino para recordarnos que aún hay país, que hay razones para quedarse… y que la paciencia de lo invisible también merece respeto. Porque incluso la paciencia, cuando se ignora, se transforma.

Posdata: No estamos solos. A veces, los amigos invisibles no son imaginarios.Solo están ocupados cuidándote sin pedir que los vean.Y quizás ya es hora de que los veamos todos.Porque los gatos invisibles, como los verdaderos amigos,a veces solo se parecen a nosotros, pero están ahí, resistiendo en silencio, listos para saltar cuando haga falta.Estos saben que está bien jugar con la cadena, pero no con el mono.

Aunque, claro… algunos gatos invisibles no quieren que los vean. Y está bien también.

El autor es ciudadano residente con 16 años de vivir en Panamá.


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