Hablar de deuda pública no es un coloquio académico aislado. Es un asunto que afecta a gobiernos, inversionistas y ciudadanos, porque de la manera en que se manejan los pasivos de Panamá depende el bienestar colectivo y la estabilidad política. El debate lleva décadas, pero sigue sin solución: ¿pueden los Estados endeudarse sin límites, especialmente si controlan una moneda de reserva? ¿o estamos frente a la antesala de una gran crisis, como tantas que señalan la historia?
Los últimos macro y microdatos del mundo (a la que Panamá no escapa) sugiere que la segunda opción es más realista. A lo largo de los siglos, los grandes ciclos de deuda se han repetido con una gran regularidad. Desde las dinastías chinas hasta los imperios europeos, pasando por los modernos mercados financieros, la dinámica es la misma: un aumento de crédito que infla burbuja, seguido por un colapso que devora riqueza y credibilidad. Y, sin embargo, pese a su carácter casi universal, estos ciclos suelen ser olvidados por los economistas y responsables de las políticas públicas del mundo y de Panamá.
El problema es de memoria histórica. Los ciclos de deuda de largo plazo duran, en promedio, lo que una vida humana: unos 80 años. Eso significa que, cuando una generación enfrenta la fase destructiva del ciclo, ya no queda testigos vivos que recuerden la anterior. Además, existe un sesgo colectivo: todo disfrutamos del beneficio que da el crédito fácil y preferimos ignorar los costos que inevitablemente llegaran. Así, se construyen imperios financieros sobre cimientos de promesas que no pueden cumplirse. Nos prometieron chen chen y lo que hemos presenciado son recortes a la educación y salud para evitar a toda costa la adecuada recaudación de los impuestos a la élite financiera y comercial que controla políticamente el país.
La fisiopatología de la deuda es clara. El crédito alimenta el gasto y eleva ingresos y precios de los activos. Los gobiernos y ministros de economía, ávidos de crecimiento y populares para dar liquidez, incentivan la expansión, pero cada préstamo del gobierno es tambien una obligación futura. Y cuando llega el momento de pagar, la dinámica se invierte: menos gasto, menos ingresos, caída de los activos. Si en la fase temprana del ciclo de la deuda se percibe como manejable, en la base final se vuelve una carga insoportable que abre la puerta al impago o al desempleo y disminución de recaudación de impuestos (Panamá es una economía dolarizada sin banco central emisor).
Hoy cuando las deudas públicas crecen a un ritmo acelerado y se normaliza la idea de que “esta vez será distinto”, el riesgo de repetir el patrón histórico es evidente. Negarse a estudiarlo con el argumento de que los responsables de política ya aprendieron a manejar crisis por que han trabajado en consultoras de gestión y estudiaron fuera del país es tan ingenuo o como creer que nunca habrá otra guerra porque no la hemos vivido en carne propia.
El gran ciclo de la deuda no opera en aislamiento. Se entrelaza con ciclos de conflictividad social y geopolítica, con desastres naturales y con disrupciones tecnológicas como lo es la Inteligencia Artificial. Juntos, conforman lo que puede llamarse un “Gran Ciclo” que define épocas de prosperidad y épocas de decadencia. Ignorarlo es condenarse a caminar a ciegas al precipicio.
Los sobrecostos de insumos quirúrgicos y medicamentos, la evasión de cuotas obreros patronales, la evasión fiscal se tiene que pagar y no hay confianza del proceso de re estructuración la deuda porque nadie está preso. La lección es dura pero clara: los grandes ciclos de deuda siempre terminan, y lo hacen mal. Pueden manejarse con más o menos acierto, a través de reestructuraciones ordenadas o expansiones monetarias graduadas, pero nunca sin dolor. Panamá nunca mantuvo la conciencia de que el crédito no es dinero, sino una promesa de pagarlo.
Creer que estamos exentos de la historia de la mayor crisis económica que ha vivido Panamá es la mayor de las ilusiones. El gran ciclo de la deuda, como un reloj implacable, avanza en la nación, aunque no lo queremos ver.
Panamá ha alcanzado un punto crítico en su ciclo de deuda: las promesas de pago se han acumulado hasta superar la capacidad del país para cumplirlas. Esto se ve agravado por la posición geopolítica delicada del Canal de Panamá (nuestro mayor activo), situado en el ojo del huracán de las tensiones entre Estados Unidos y China. La crisis ya es una realidad: el mercado ha respondido aumentando los intereses de la deuda, lo que la encarece y la hace cada vez más insostenible, afectando directamente a los panameños.
Si todo efecto tiene causas, la economía se parece a una maquinaria pesada en movimiento perpetuo. Para no ser aplastados por ella hay que entender sus engranajes como cinco fuerzas que se entrelazan y esta son:
1. Deuda-crédito-dinero
2. Orden – Desorden interno
3. Orden – Desorden geopolítico
4. Desastres Naturales / Pandemias
5. Tecnología disruptiva y demografía.
Cuando estas fuerzas se alinean mal, la historia suele rimar con burbujas, corridas y cambios de régimen.
La clave del gran Ciclo es simple y brutal: cuando los activos y pasivos de deuda crecen más rápido que la capacidad real de la economía (dinero, bienes, servicios y capital productivo), el sistema promete más de los que puede cumplir. Llega la “corrida” financiera: los tenedores de activos financieros intentan convertirlos en “dinero de verdad” y descubren que no hay suficiente.
Hoy el mundo combina sobreendeudamiento con polarización interna, tensiones entre potencias, choques climáticos y disrupción tecnológica (inteligencia artificial). Es la antesala clásica de reordenamientos monetarios, políticos y geopolíticos. En estas situaciones, emergen liderazgos más nacionalistas y demagogos; la democracia se debilita por falta de inclusión y participación y tienden a convertirse en autocracia.
En Panamá nos encontramos en la fase tardía del ciclo de la deuda que está erosionando la democracia: aumento de la desigualdad, promesas incumplibles y liderazgos débiles que erosionan la capacidad de pactar. Existe un aumento de influencers demagogos que ofrecen soluciones simples y concentran poder ya sea en los municipios o la asamblea nacional. La línea entre el “director general (CEO) fuerte” y un autócrata se difumina si fallan los contrapesos. En el paso firme, manda el poder, no las reglas.
El patrón del fin del Ciclo de la deuda es claro: el péndulo global oscila de multilateralismo a unilateralismo con alianzas volátiles y la supervivencia del más apto.
La nación enfrenta el final de la burbuja con una economía endeudada, administraciones ineficientes y una sociedad dividida, con líderes autócratas pro comerciantes y proclives al conflicto.
En la actual reestructuración de la deuda panameña los funcionarios públicos hemos sido más productivos pero el gobierno no ha tenido disciplina fiscal, no ha podido contener los excesos de poder y no ha podido canalizar conflictos. El paso firme se olvida que la cooperación entre ciudadanos abarata todo: el costo de no cooperar se paga con crecimiento, estabilidad y libertades.
El mercado premia la solvencia sostenida y castiga nuestra actual procrastinación fiscal, nos castiga por falta de transparencia y reglas creíbles. Al mercado le importa el orden interno, la rendición de cuentas y la capacidad de pactar. El mercado desea que la democracia y que los contrapesos resuelvan conflictos sin romper la máquina productiva. El mercado premia a la protección hídrica del Canal de Panamá que respalda nuestra solvencia.
El mayor determinante no es la deuda, la innovación o la tecnología, sino cómo nos tratamos entre panameños. Si convertimos las diferencias en guerra total hacia la izquierda no democrática, el ciclo castiga. Si gestionamos juntos riesgos y oportunidades, el mismo ciclo premia.
El gran ciclo de la deuda no se detiene y los millones de excluidos del milagro macroeconómico panameño no generan resiliencia sino resentimiento y secuelas para el próximo cambio de orden. La polarización es más que evidente en la nación.
Basta de imprudencias administrativas y extralimitación de funciones que generan imprudencias del acto médico ya que los resentimientos y sed de venganza quedarán.
El autor es médico sub especialista.
