La candidata a la presidencia de la Asamblea, temprano, va a Las Garzas a entrevistarse con “el gran showman”: buscan aliar poderes del Estado a la medida de las peores repúblicas bananeras. (En Bocas del Toro —aprovecho— no solo se trabaja con excelencia en el banano; también se escribe, pinta, compone y se emprende.) Retrasan el inicio de la sesión, abochornan al cuerpo diplomático, amenizan con los independientes cantando el himno y dando golpes en las mesas.
El nivel barriobajero que salpimentó la sesión es para olvidar. La razón de lo planteado se pierde por las alcantarillas del matonismo con el que se dicen las cosas: sacrifican el fondo en el altar de la forma, que siempre interesa más. (La taquilla gobierna en todas las bancadas.) Hemos educado una ciudadanía vacía, que se identifica con lo folclórico y “de pueblo”, que no atiende a contenidos, y eso beneficia a algunos, porque al final se tiene una masa influenciable.
Algunos panameñistas celebran —con otros ingenuos— la “victoria” en una votación que no va a cambiar nada y que debería cambiarlo todo. Fondo y forma: la forma de presidencia no va a transformar el fondo del carácter de la Asamblea. Hay quienes creen que de esta “victoria” vendrán cambios: lo dudo, y tengo ganas de equivocarme. Es hora de que el partido del victorioso presidente de la Asamblea se sacuda a sus “históricos”. Renovarse o morir; renovarse muriendo. Ojalá.
El “gran showman” se tiró un discurso de autoexaltación utópica, sin darse cuenta de que, desde el minuto uno, la inercia decadente del gobierNito lo lleva por la vía rápida a convertirse en el peor de los gobiernos. Y convencido en su delirio, se va al Mercosur a dar golpecitos en la mesa —pura testosterona ignorante— a enseñar cómo se imponen las cosas. El gran espectáculo de Panamá sigue y se expande sin que nadie sea capaz de explicarlo ni detenerlo: quedan cuatro años de funciones, y tenemos compradas todas las entradas.
El autor es escritor.
