El 9 de agosto se celebra el día del abogado en Panamá en honor al natalicio de Justo Arosemena. Más que celebrar es importante tomar esta fecha para reflexionar. Y, no hay figura más apropiada para hacerlo que la de Arosemena. Más allá del jurista brillante, del político adelantado a su época o del pensador fundamental en nuestra historia republicana, quiero hablar de su legado más íntimo; que los abogados deben practicar el Derecho con conciencia.
Hay figuras que trascienden los libros. Arosemena es una de ellas. No fue solo autor de obras como Estudios Constitucionales, sino un abogado con profundo sentido de vocación. Su defensa de la autonomía del Istmo no fue un deseo político, sino una afirmación de identidad sostenida con argumentos jurídicos. Fue capaz de mezclar la técnica y sensibilidad en tiempos de polarización, siempre apostando por el equilibrio, la razón y la legalidad (prevalencia del Estado de Derecho), además, con una ética íntegra.
Para quienes ejercemos el Derecho hoy, su legado se manifiesta de muchísimas formas: cuando una abogada se rehúsa a replicar prácticas sin cuestionarlas, cuando un abogado joven prepara una audiencia, cuando alguien explica una norma con rigor, también con humanidad. Su legado vive cada vez que elegimos el Derecho no como un fin en sí, sino como una herramienta para garantizar justicia y dignidad.
La mayor enseñanza que nos deja Arosemena es que el Derecho no puede ejercerse sin conciencia. Su vida nos recuerda que no basta con dominar el contenido, hay que tener claridad sobre el propósito. No ser máquinas jurídicas, sino abogados que se detienen, que dudan, que se forman y emiten juicios tomando en cuenta lo anterior.
El legado de Justo Arosemena vive cada vez que un abogado se rehúsa a hacer las cosas “porque siempre se han hecho así”. Vive cuando un abogado se para con firmeza frente a un juez. Vive cuando defendemos la ley como herramienta de equilibrio, no como excusa de poder. En otras palabras, vive en cada abogado que analiza con profundidad y actúa de acuerdo con sus principios éticos.
Seguir el legado de Justo Arosemena implica no conformarse con ser abogados correctos, sino aspirar a ser abogados íntegros. Abogados que estudian con diligencia, que enseñan con generosidad, principalmente que no temen a la duda ni al debate. Abogados que entienden que servir al Derecho no es un formalismo, sino una herramienta para que el individuo alcance su libertad. Y eso requiere convicción, pero también valentía. Por ende, el tributo a Arosemena no es repetir su nombre cada 9 de agosto, sino ejercer con profundidad, con sentido crítico y con responsabilidad.
Finalmente, y en un mundo donde el Derecho puede usarse tanto para expandir como para restringir libertades, el legado de Arosemena nos obliga a escoger con claridad qué defendemos. Ser abogados al estilo de Arosemena es entender que cada vez que defendemos una causa en pro de la libertad, por pequeña que parezca, estamos ampliando el alcance real de la libertad. Y es recordar que la libertad no se sostiene en discursos, sino en estructuras sólidas, en instituciones que funcionen y en profesionales que ejerzan su función con ética, valentía, sentido histórico e integridad.
Ese es el legado que de verdad importa y que debemos honrar con hechos, no solo con palabras.
La autora es amiga de la Fundación Libertad.
