Lo provinciano e hipócrita del panameño se hace evidente cuando reacciona de manera desmesurada al uso de palabras sucias, al lenguaje de doble sentido o, incluso, un tanto grosero y chabacano, que algunos emplean en la vida pública. Un ejemplo claro de esto es el caso del “Rofión de las Garzas”, quien ha vuelto a exhibir los méritos por los cuales se ganó el apodo. A él le trae sin cuidado, pero, en realidad, ese apodo lo retrata perfectamente.
También se nota el bajo nivel crítico del panameño cuando reacciona solo a la “forma” y obvia el “fondo”. El presidente de la república, el mismo día que nos habló del “lugar de la lengua”, también invitó a participar en las fiestas tricolor, en la farsa patriótica, en el baño de pueblo que quiere darse. Después, sigue atacando a los que se le oponen, diciendo que “el pueblo salió en masa a celebrar con él a la patria”. “Pero dijo lo del lugar de la lengua”, replican los puros y santos, como si fuésemos niños inocentes que se asustan con el uso soez de las palabras.
Podrá decir lo que quiera el presidente sobre soberanía, pero lo cierto es que, en los países serios, democráticos y con cierta dignidad ciudadana, el embajador de los Estados Unidos no se va a la Asamblea, no opina sobre asuntos nacionales, ni se deja ver por aquí y por allá, como recordando quién es el que manda. Eso no ocurre en otros países. Aquí sí, porque estamos donde nos quieren.
No participen en ninguna farsa tricolor. Hagan caso al presidente, sean creativos a la hora de protestar. No cierren calles; quédense en casa durante las fiestas patrias. No hay necesidad de formar tumultos. Así, dejan solo al que manda a guardar la lengua en el lugar que corresponde, según él. Dejen ver su desacuerdo con su gestión de manera elocuente, para que lo único que vea desfilar desde su palco despótico sea el silencio poderoso de los verdaderos protagonistas de este país.
El autor es escritor.

