Son las 4:15 de la mañana. No puedo dormir. No por un mal sueño, sino por una realidad que me persigue aun despierta. El reciente descubrimiento de tres “albergues” que, en realidad, eran centros de maltrato animal me dejó con una mezcla insoportable de rabia, impotencia y una tristeza que cala hondo. No se trata solo de lo que ocurrió entre esas paredes, sino de lo que ocurre fuera de ellas: la pasividad de un sistema que mira hacia otro lado.
Las pruebas están ahí. Las denuncias, también. Incluso, el día antes del allanamiento, se observaron vehículos estatales en esas instalaciones. ¿Y dónde están ahora esas autoridades? ¿Por qué no se han pronunciado? El silencio institucional es tan violento como el maltrato en sí.
La sociedad civil no puede seguir haciendo sola el trabajo del Estado
Una vez más, ciudadanos comunes han tenido que hacer lo que corresponde a las autoridades: investigar, documentar, denunciar, rescatar. Esto no es una excepción; es la norma. Personas con amor por los animales, con compromiso ético, se exponen emocional y físicamente para proteger a los más vulnerables. Y, mientras tanto, quienes tienen poder y presupuesto para actuar guardan silencio.
Panamá es un país hermoso, con un potencial humano, natural y social inmenso. Pero cada vez se hace más difícil sostener el optimismo cuando la corrupción, la indiferencia y la negligencia pesan más que la justicia. Hoy, como muchas personas, me siento desprotegida, frustrada y traicionada.
El maltrato animal no es un tema menor
No estamos hablando “solo de animales”. Este tipo de maltrato sistemático revela un trasfondo más oscuro: la descomposición de valores, la falta de control institucional y la posibilidad de que incluso autoridades estén involucradas o, al menos, encubriendo. No es descabellado pensarlo, y eso es lo más aterrador. Porque, si quienes están llamados a proteger a los animales son cómplices de su dolor, ¿qué esperanza queda?
Esta es una oportunidad histórica para dar un ejemplo contundente. La ley panameña es clara: cualquier persona extranjera que ponga en riesgo la salud pública puede ser deportada. ¿Y acaso no es un riesgo para la salud pública acumular animales enfermos, en condiciones insalubres, en zonas residenciales?
Exigimos acciones, no comunicados vacíos
La sociedad está cansada de pronunciamientos tibios, de investigaciones que no llevan a nada, de autoridades que aparecen solo cuando la presión mediática es insostenible. Queremos acciones firmes: penas severas, cierres definitivos, inhabilitaciones, investigaciones a fondo y, sobre todo, justicia.
Las redes sociales están repletas de pruebas. No las citaré aquí; no hace falta. Quien quiera ver, puede hacerlo. Lo que no podemos seguir aceptando es que la impunidad sea la respuesta oficial a la indignación colectiva.
Hoy me dueles un poco más, Panamá
Porque me haces sentir que, a veces, no vale la pena luchar. Porque veo cómo quienes deben proteger permiten el abuso. Porque sé que detrás de cada caso hay cientos más que no han salido a la luz. Porque cada animal maltratado es una vida rota, una confianza traicionada, una oportunidad perdida como sociedad.
Pero también creo que aún hay esperanza. La presión ciudadana, la fuerza de las redes, el coraje de quienes rescatan, denuncian y cuidan sigue siendo más grande que la indiferencia. Exijamos más. Luchemos más. Que este dolor se transforme en acción.
Porque Panamá puede ser mejor. Y porque no vamos a dejar de exigirlo.
La autora es abogada.


