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El mito de la disidencia de independientes

Durante las reformas de la ley del seguro social, un grupo de disidentes de la coalición de diputados independientes fieles al autoritarismo reinante y con un concepto de superioridad racial e intelectual, aprobaron modificaciones a la ley del seguro social que no se discutieron y sin consenso. Este grupo de disidentes salían satanizados a educadores como secuestradores de la educación en redes sociales y hoy reconocen que hay directores que cocinan y docentes que limpian. Estos diputados independientes prefieren recortar la asignación de dinero a educación según el producto interno bruto en vez de redactar leyes para evitar la evasión fiscal. Hoy los padres de la patria oficialistas y pseudo independientes arios defienden el recorte presupuestario en educación (austeridad) para rescatar el “déficit fiscal”.

Sin discutir que, en países con alta percepción de corrupción y alta evasión fiscal como el nuestro, usar los ingresos como referencias de asignación a la educación es mala idea porque castiga a los que pagamos nuestros impuestos, premia a la evasión, incentiva a la corrupción y distorsiona la equidad real, hoy hablaré del mito de la prosperidad automática y niveladora de la educación de la disidencia Herrenvolk.

La relación entre más educación y más crecimiento económico es débil, ambigua y, en muchos casos, inexistente. Los datos no respaldan que trabajadores más formados son más productivos, mientras los diputados que no gestionan leyes para combatir el desempleo y la evasión fiscal repiten como mantra religiosa que “la educación es la clave del desarrollo económico nivelador”.

No se discute que la educación forma ciudadanos más autónomos, facilita la movilidad social, y pueden enriquecer la unidad cultural de una nación, pero confundir estos efectos deseables con un camino automático de nivelación económica se usa de manera demagógica por las nuevas caras de la política panameña que van al Palacio Justo Arosemena a generar contenido para las redes sociales en vez de combatir el desempleo y la actual crisis económica.

El relato de la disidencia se estremece cuando se examinan los datos del “milagro asiático” de Japón, Corea del Sur y Taiwán donde suele citarse como ejemplos de países que invirtieron en educación y crecieron. En 1960, Filipinas tenía una mayor tasa de alfabetización que Taiwán (72% vs 54%), y su renta per cápita era casi el doble. Hoy, la situación se ha invertido dramáticamente: la renta per cápita de Taiwán es diez veces superior. Corea del Sur, en la misma época, tenía un nivel educativo inferior al de Argentina, pero hoy supera a este país ampliamente en ingresos. El crecimiento económico no fue precedido por altos niveles de educación, sino que la educación acompañó, en el mejor de los casos, a la industrialización.

El caso de África Subsahariana es más llamativo, ya que entre 1980 y 2004, la tasa de alfabetización aumentó del 40% al 61 %, un salto significativo. Sin embargo, en el mismo periodo, la renta per cápita disminuyó. ¿Cómo puede la disidencia de la coalición de independientes explicar esto, si se supone que una está al servicio de la otra? El problema estriba en asumir que todo conocimiento escolar impuesto curricularmente es automáticamente productivo.

La paradoja suiza ilustra el fenómeno de sorting que cumple la educación superior. Hasta los años noventa, apenas el 10-15% de los suizos iba a la universidad. Su índice de universitarios ha sido uno de los más bajos de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y su economía floreció. En contraste, países como Argentina, Lituania o Corea del Sur tienen tasas de universitarios mucho más altas, pero no han alcanzado niveles similares de riqueza y prosperidad.

La educación no es un fin económico en sí mismo, ni un motor nivelador automático. Su eficiencia depende del tipo de economía, de la calidad institucional, del aparato productivo, de la capacidad para organizar a los trabajadores en empresas eficaces y competitivas. Sin esas condiciones, las propuestas de la disidencia solo traerán más frustraciones a jóvenes con título, pero sin empleo, ciudadanos con ambiciones, pero sin oportunidades.

Si no hay inversión en el tejido productivo, en empresas en innovación real, la fórmula educativa de la disidencia es demagogia, una idea reconfortante, políticamente útil y difícil de cuestionar sin parecer ermitaño y opositor a toda propuesta.

El desarrollo económico no depende tanto del nivel educativo promedio de la población como de la capacidad de una sociedad para crear organizaciones eficientes, competitivas y orientadas a la productividad y no a los servicios. Lo que distingue a países ricos no es tener ciudadanos más cultos o más técnicos, sino tener estructuras colectivas más eficaces: empresas, sistemas financieros, marcos legales, instituciones que organizan el conocimiento y lo convierten en producción.

Estimados diputados oficialistas y disidentes: sin instituciones que canalicen el capital humano panameño hacia actitudes productivas y no de servicios, lo único que consigue es frustración colectiva como ocurre actualmente en la epidemia de desempleo que azota a Panamá. Jóvenes educados que no encuentran empleos acordes a su formación.

Esperemos que los diputados disidentes incluyan marcos regulatorios estables (que eviten la evasión fiscal), instituciones que favorezcan la innovación y desarrollo, políticas industriales inteligentes, acceso capital paciente, y fomento a empresas capaces de competir globalmente. El error no está en valorar la educación, sino en hacer de ella el único motor del desarrollo. La educación es una pieza más de un engranaje mucho más complejo.

Podemos empezar atacando la epidemia de desempleo y la evasión fiscal y hacer la educación como proyecto sinérgico.

El autor es médico sub especialista.


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