A lo largo de la historia de la humanidad, la juventud ha sido símbolo de fuerza, energía, resistencia y futuro de las civilizaciones. Su huella brinda vida y color a muchas tradiciones y culturas. También es un hecho histórico que los grandes logros de los jóvenes se reducen cuando se convierten en marionetas de malos líderes y gobernantes. Al ser utilizados como pantomimas, las metas de la juventud por dar lo mejor de sí por su país se merman cada vez más. Se deja un gran vacío que da paso a su incómodo silencio. No ayuda la ideología tradicionalista. “Los niños callan cuando los adultos hablan. Los niños no tienen derecho a opinar”. La consecuencia desafortunada es el débil latir de la fuerza juvenil que se traduce en su poca participación en actividades de impacto social. No se analiza el porqué de este silencio. El resultado es la afectación de la cosmovisión de una juventud que, por naturaleza, es pluralista, plurilingüe y multicultural. Hay un timbre de desánimo y desesperanza cuándo jóvenes comparten: “Nuestras ideas no son interesantes. Somos niños todavía. No sabemos lo que queremos. Cómo expresarnos si no hemos vivido esa experiencia. Se suma el temor a equivocarme. Cómo joven, es difícil establecer comunicación con los adultos”, me comentó José Salazar, mientras que Eneida Jiménez afirma: “Muchas veces, como mujeres, no se nos escucha. Callamos porque somos mujeres. Se nos considera niñas. Cuándo llegamos a adultas, no podemos enfrentarnos a los retos sociales porque no se nos brinda ese espacio cuando somos niñas”. En comparación al potencial que existe, poco es el impacto que tenemos como jóvenes. La gran brecha existente ha sido causada por el silencio obediente juvenil ante la poca importancia que dan muchos adultos a sus ideas, propuestas y opiniones. Si muchos adultos se dieran cuenta del grave error que cometen al etiquetarnos, no se anularían muchos sueños; no se destruirían planes a largo plazo y, sobre todo, no se congelaría la inteligencia colectiva juvenil que tanto necesita nuestro país que esté a su servicio.
Adultos y jóvenes deben promover y practicar el diálogo intergeneracional. Los adultos comenzarían a comprender el mundo como lo vemos los jóvenes y, nosotros, a su vez, entenderíamos mejor su visión del mundo. Así llegaríamos al entendimiento. Aunque no es fácil, y tomará tiempo, juntos podríamos construir un mejor país. Nos corresponde innovar y construir un mundo para quienes aún no existen. Es el gran reto que enfrenta toda sociedad.
Si la sociedad actual dialogara un poco, con la sociedad del futuro, habría espacio para explicaciones y correcciones. El diálogo intergeneracional no es una opción. Es imprescindible en el siglo XXI. La experiencia ha cobrado más valor aún en las últimas décadas: de ahí la relevancia de ofrecer oportunidades a la juventud para aprender sin matices políticos.
Así como hay esperanzas perdidas en un mundo tormentoso, existen faros de esperanza que ofrecen destellos de luz. El Laboratorio Latinoamericano de Acción Ciudadana (LLAC) ha llegado a la vida de cientos de jóvenes panameños, para iluminar sus caminos y reavivar sus sueños, anhelos y, con ello, sus proyectos de vida.
Doy testimonio de las grandes dosis de empoderamiento y esperanza inyectadas por el LLAC en nuestras vidas y, con ello, nuestras aspiraciones y ambiciones revitalizadas. Para cientos de jóvenes, se nos hace justo el LLAC: permite tomarnos de las manos y caminar hacia adelante, enseñándonos a ser resilientes y, sobre todo, a tomar acción. Nada es posible si no damos el primer paso. No necesitamos presidir una nación para incidir. Es hora de cambiar. El cambio debe empezar por nosotros, para poder ser el puente de convergencia para la juventud. Basta ya de etiquetar. Alto a la ideología absurda. Busquemos y desarrollemos una fuente de luz para unir dos mundos diferentes; el mundo que nos ha correspondido vivir y el mundo que aún no existe.
Somos agentes de cambio. Creemos oportunidades para hacer de Panamá un mejor país. Estoy seguro de que la voz de la juventud provendrá de los rincones más inhóspitos del país, para hacer de Panamá un país en el que todos tengamos derecho a soñar.
El autor es participante del Laboratorio Latinoamericano de Acción Ciudadana 2021

