Panamá atraviesa un momento determinante en su historia cultural. La construcción del Primer Plan Nacional de Culturas 2025-2032, hoy en fase de consulta ciudadana, representa un ejercicio inédito de planificación y consenso. Por primera vez, el país busca definir de manera colectiva una hoja de ruta que coloque la cultura en el centro de las políticas públicas y la reconozca como eje del desarrollo humano, social y económico.
Este proceso, impulsado por la actual gestión del Ministerio de Cultura, supone un gesto institucional que trasciende la coyuntura: sentar las bases de una visión cultural de Estado, no de gobierno. En ese sentido, no se trata de un simple documento técnico, sino de un compromiso con el futuro. La cultura, históricamente postergada, comienza a ocupar el lugar que le corresponde: el de motor silencioso del progreso nacional.
El valor de este plan radica tanto en su método como en su propósito. Las consultas que se realizan en todas las provincias y comarcas del país evidencian la voluntad de construir una política cultural participativa, donde la voz de los artistas, gestores, educadores, académicos y comunidades tenga peso real. Por primera vez, Panamá está siendo invitado a pensarse culturalmente desde su diversidad.
De este proceso emergen varios enfoques transversales que dan coherencia a la propuesta: los derechos culturales como principio de equidad y acceso; la inclusión y diversidad como reconocimiento de las múltiples identidades que conforman la nación; la economía creativa como instrumento de innovación y sostenibilidad; y la identidad y la memoria como cimientos de un sentido de pertenencia que no puede perderse. Estos pilares, más que conceptos, son compromisos que deben reflejarse en programas, presupuestos y acciones verificables.
Sin embargo, el éxito de este esfuerzo no dependerá solo del Ministerio. Es fundamental que todos los actores vinculados al quehacer cultural —instituciones, gremios, universidades, medios de comunicación, empresarios y ciudadanía— se sumen activamente a la convocatoria. La cultura no se impone: se construye entre todos. Y el país requiere que esa construcción sea amplia, generosa y sostenida en el tiempo.
También los gobiernos locales tienen un rol crucial. Los municipios, con sus alcaldes y representantes, deben comprender que la cultura no es un gasto, sino una inversión social que genera cohesión, seguridad y bienestar. Persistir en ese pensar microbiano que reduce la cultura a tarimas, bingos o grafitis sería retroceder. La verdadera transformación ocurre cuando los municipios invierten en centros culturales, bibliotecas, grupos de teatro o escuelas de música: espacios vivos donde florece la ciudadanía.
El desafío para el Ministerio de Cultura será mantener abierto este diálogo nacional y transformarlo en una política sostenible. La cultura no debe ser rehén del entusiasmo momentáneo ni del calendario electoral. Requiere continuidad, planificación técnica y voluntad política para que las estrategias trasciendan los periodos de gobierno y se conviertan en políticas de Estado.
El Plan Nacional de Culturas 2025-2032 es, sobre todo, una oportunidad para redefinir quiénes somos como país. Si logra consolidarse, permitirá fortalecer la educación artística, proteger el patrimonio, impulsar la creación y situar a Panamá en el mapa cultural regional con voz propia. Pero incluso antes de su aprobación definitiva, este proceso ya ha dejado una lección: el desarrollo sin cultura es un edificio sin cimientos.
Hablar hoy del plan no es hablar del futuro, sino del presente que estamos construyendo. Porque una nación que se atreve a debatir su cultura se atreve también a imaginar su destino. Y quizás allí, en ese gesto colectivo de reflexión y esperanza, comience a delinearse el país que la cultura —pacientemente— nos viene prometiendo desde hace siglos.
El autor es escritor, ensayista y gestor cultural.


