Panamá por su ventajosa posición geográfica ha jugado roles clave en momentos trascendentales de la historia universal. El avistamiento por Vasco Núñez de Balboa del Mar del Sur (1513) marcó un antes y un después en la empresa conquistadora y extractiva del Imperio Español. El proyecto anfictiónico de Bolívar, matizado por la doctrina Monroe y el orden europeo postnapoleónico, colocaba al Istmo panameño en el centro del orden americano y del sueño bolivariano. Esto tampoco le sería esquivo a los Estados Unidos (EU) pues a través del proyecto de ferrocarril transístmico (1850-55), y muy a pesar del expansionismo filibustero y el establecimiento de estructuras coloniales como Aspinwall en Panamá - que despertaron, incluso, el oprobio del propio Justo Arosemena -, se impulsaría en conjunto con la fiebre del oro de California un desarrollo sin precedentes de redes de transporte, distribución y logística en el plano interno estadounidense con profundas repercusiones económicas.
Panamá también sería un escenario influyente tanto para el inicio como para el ocaso de grandes potencias hegemónicas. El proyecto del Canal francés es un buen ejemplo, pues fue el fracaso del proyecto de Lesseps que representó un duro revés para la Francia republicana del siglo XIX y su capitalismo industrial. Igualmente, la finalización del Canal por los Estados Unidos de América facilitó su impronta hegemónica en el escenario geopolítico internacional. Este hecho aunado a su victoria unos años antes en la guerra hispano-estadounidense (1898) y la consecuente pérdida de España de las colonias de ultramar a manos estadounidenses, incluyendo Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, sentaron las bases para que EU abandonase el aislacionismo del siglo XIX e inicios del siglo XX y abrazara los proyectos wilsoniano y rooseveltsiano de orden internacional.
No obstante, uno de los episodios menos analizados en este sentido es el rol trascendental que jugó Punta Escocés, en la comarca Kuna Yala en la conformación del Reino Unido de Gran Bretaña. Tal como lo relata Tim Marshall en su reciente libro “El Poder de la Geografía”, es posible atribuirle, en buena medida, la conformación del Reino Unido de Gran Bretaña a un intento fallido de imperialismo escocés en Panamá. Según Marshall, en 1698 una flota de cinco barcos partió de Escocia con el afán de establecer una colonia en Panamá. Dicha expedición estaba financiada con fondos públicos y despertó mucho fervor patriótico. En todo caso, las enfermedades del medio y un sitio impuesto por la marina española llevaron al abandono del sueño colonial escocés. El consenso entre los historiadores es que esta empresa expansionista le terminó costando a Escocia una quinta parte de su riqueza nacional. Lo anterior forzó a Escocia a reconsiderar su alianza con Francia y acercarse a Inglaterra.
En 1295, se firmó el tratado franco-escocés, en donde se acordaba que, en caso de una invasión inglesa en contra de Francia, Escocia invadiría Inglaterra, causando una guerra de dos frentes. Para 1560, el tratado se había renovado en múltiples ocasiones y era conocido como la Alianza Auld. Para 1707, su revés colonial en Panamá, le exigía a una empobrecida Escocia el acceso al mercado inglés de ultramar. Por su parte, Inglaterra vio en esta coyuntura una oportunidad para lograr una garantía estratégica y evitar la renovación de la alianza. Mediante un tratado subsecuente, Inglaterra le dio a Escocia el dinero requerido para saldar sus deudas para que luego cada parlamento (el inglés y el escocés) aprobase las Actas de Unión y que por primera vez en su historia la isla estuviese bajo un sólo gobierno. En los próximos dos siglos, el Imperio Británico llegaría al epítome de su poder.
Tal y como lo demuestran cada uno de los escenarios, en general, y el de Gran Bretaña, en particular, la trascendencia geoestratégica del Istmo de Panamá es una realidad, independientemente de los vaivenes políticos y la existencia misma del Estado panameño. Nuestra privilegiada posición geográfica nos continuará ofreciendo sendas oportunidades y también lecciones para estar a la altura de la tradición anfictiónica, aquella que radica en convertir a Panamá en el centro, en ese punto de encuentro para la comunidad internacional. Más allá del transitismo y de la corrupción endémica que nos afecta, debemos realizar que la preservación de nuestros recursos naturales son la clave para no comprometer nuestras ventajas geoestratégicas y la estabilidad que le acompaña. En el tablero geopolítico, Panamá es sin duda alguna un elemento fundamental, la decisión está en continuar siendo una simple ficha o transformarnos en algo más. La constante ironía radica en nuestra propia incapacidad de desarrollar a plenitud todo ese potencial geopolítico, a pesar de todas las ventajas geoestratégicas que nos son inherentes. Entre tanto no comprendamos que todo ese caudal geoestratégico puede ser utilizado para mejores propósitos, nuestro futuro seguirá atado al de un simple nexo o al de una mera conexión.
El autor es abogado y profesor de derecho internacional

