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El Salvador se baja del bus… ¿y Panamá, sigue pagando el pasaje por el gusto?

El Salvador acaba de hacer lo que muchos países de la región solo comentan en voz baja y con gesto resignado: reformó su Constitución para salirse del Parlamento Centroamericano (Parlacen), esa entidad suprarregional que, seamos honestos, ha servido más como refugio político que como motor de integración.

La Asamblea Legislativa salvadoreña, con el impulso del oficialismo, eliminó de su carta magna la figura de los diputados al Parlacen. Así, de un plumazo, se sacude un peso muerto de más de 1.7 millones de dólares anuales. Y mientras en San Salvador se pasa la escoba, en Panamá seguimos trapeando la misma agua institucional estancada desde hace décadas.

Lo irónico —o trágico, dependiendo del nivel de patriotismo que uno maneje— es que Panamá ya intentó salirse del Parlacen en 2009 y 2012. ¿El resultado? Una Corte Centroamericana de Justicia —sí, también existe— nos obligó a regresar, como quien vuelve con la maleta rota a una casa donde ya no quiere ni aparecerse. Desde entonces, el tema ha permanecido sepultado bajo el más espeso silencio legislativo.

Y surge la gran pregunta: ¿por qué los diputados panameños no se atreven a retomar la iniciativa?

Tal vez porque el Parlacen les resulta útil... pero no al país, sino a ellos mismos.

Estamos hablando de un organismo donde se sientan figuras recicladas de la política, muchas de las cuales no lograron reelegirse pero siguen cobrando viáticos y sueldos por supuestamente representarnos en algo que no resuelve ni el tranque en la Tumba Muerto.

¿Dónde está la utilidad nacional? ¿Qué ley, tratado o iniciativa regional de alto impacto ha nacido en el Parlacen gracias a la intervención de un diputado panameño?

La respuesta es clara: ninguna. Es más, si mañana desaparece, lo más probable es que nadie lo extrañe y pocos siquiera se enteren.

Entonces cabe preguntarse: ¿Panamá no se atreve por temor a una nueva condena de la Corte Centroamericana, o porque teme dejar sin salario a ciertos actores que, sin ese curul fantasmal, simplemente no tendrían dónde caer sentados?

La verdad duele, pero también libera: Panamá no obtiene ningún beneficio tangible del Parlacen. Al contrario, lo que se obtiene es más burocracia, más gasto público y la garantía de que la mediocridad política siempre tendrá una última estación en su recorrido.

Eso sí: con pasaje pagado por todos los contribuyentes.

Mientras tanto, El Salvador demuestra que sí se puede —con decisión política, mayoría legislativa y un mínimo de coraje. ¿Y Panamá? Panamá sigue esperando… quizás a que una próxima generación de verdaderos diputados se atreva a cuestionar lo que la actual ni siquiera se digna mirar, porque están ocupados lanzándose recuerditos rojos.

El autor es máster en administración industrial y está certificado en IA generativa.


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