El síndrome de PY (pobrecito yo) nos enseña que las personas que marcan la diferencia en nuestras vidas no lo hacen por lo que sucede, sino por cómo enfrentamos lo que nos pasa.
Preocuparse no debería convertirse en un pacto silencioso de impotencia, sino en un acuerdo tácito para ayudarnos mutuamente. En el ámbito educativo sobran ejemplos de grandes docentes que, agotados y frustrados, transmiten su decepción al compararse con superiores mejor remunerados. Esa comparación, muchas veces acompañada de un complejo de inferioridad, se convierte en caldo de cultivo del “pobrecito yo”.
Esta mentalidad, internalizada desde la infancia con frases como “no podemos porque somos pobres”, alimenta la envidia y los celos profesionales. Con el tiempo, quienes la arrastran se rodean de otros con idéntico resentimiento, y juntos terminan transmitiendo esa misma patología a sus estudiantes.
Por eso siempre me escucho a mí misma antes de escribir. La palabra que comparto es la que me digo a mí. Cuando me preguntan cómo logro mantener el optimismo, respondo que el ejercicio de hablarse al espejo tiene un impacto tremendo. Hacernos compañía con palabras positivas inclina la balanza hacia el optimismo y no hacia el pesimismo.
Deberíamos hablarnos con pasión y convicción. Somos los únicos que podemos controlar lo que decimos, lo que leemos, lo que escuchamos y lo que vemos. Y esa actitud define nuestra salud física, mental y emocional.
En ese sentido, vale reflexionar sobre la prolongada huelga de educadores de colegios oficiales. En vez de fortalecer la educación, muchos se agruparon en rutas de confrontación, olvidando que su rol es formar. La diferencia entre lo privado y lo público se volvió más visible, y con ello se cargó la mochila del “pobrecito yo”.
Bocas del Toro fue ejemplo claro. En la reciente huelga, la protesta derivó en violencia, afectando a una provincia que ha luchado por desarrollarse. Esa catarsis callejera encarna el síndrome del pobrecito yo en su dimensión social.
En contraste, un artículo de José Miguel Velotini publicado en La Prensa en la sección El gato avispado, titulado Construir en vez de arrebatar (la mayoría silenciosa), recuerda que el camino positivo siempre es posible:
“El avispado construye, no arrebata lo que no puede construir por sí mismo. Ejecuta lo prometido, trabaja cuando otros descansan y avanza mientras otros debaten (…) No acusa ni denuncia por fama: observa, conecta y actúa con hechos más fuertes que mil discursos”.
En otro fragmento, añade:
“Camina junto al gato educado, que enseña a caer parado, y junto a los invisibles que sostienen a la sociedad. (…) Este pequeño istmo, con menos del 0.01% de la población mundial, mueve más del 5% del comercio marítimo. Un país capaz de ver el amanecer en el Pacífico y el atardecer en el Atlántico el mismo día”.
Ese contraste muestra lo mucho que se gana cuando la actitud es positiva, resiliente y constructiva.
La juventud estudiosa enfrenta a diario la violencia, la frustración y los temores, agravados por la inmediatez de las noticias. Para ilustrarlo, recuerdo un ejercicio escolar:
—Maestra: ¿Ana, a qué le tienes miedo?—A los fantasmas, maestra.—No les tengas miedo, son imaginarios. No existen.
—Maestra: ¿Betzaida, a qué le tienes miedo?—A las brujas, maestra.—Las brujas tampoco existen. Están en los cuentos para que sepamos buscar el bien.
Entonces habló Pepito:—Maestra, pare de preguntar en orden porque tardará mucho en llegar a la P de Pepito. Yo sí sé lo que está pasando.—¿Qué es, Pepito?—Todos tenemos mucho miedo a un nuevo monstruo que no está en el test: ¡el Malamén!—¿El Malamén? —preguntó la maestra.—Sí. Cada vez que rezamos el Padrenuestro terminamos diciendo: “líbranos del Malamén”.
El síndrome de PY nos enseña que la sinergia y la alegría contagiosa marcan la diferencia en nuestras acciones y oraciones. No es lo que sucede, sino cómo lo enfrentamos. Preocuparse no ayuda; en cambio, sí lo hace cultivar acuerdos tácitos de solidaridad y contagiar optimismo.
Miguel de Unamuno lo resumió bien: “Las ideologías nos separan. Los sueños y la angustia nos unen”. Somos ricos en posibilidades. No nos zancadillemos a nosotros mismos. Trabajemos con lo que hay, transformemos desde adentro y contagiemos constancia.
La autora es educadora.

