Hemos llegado al siglo XXI y todavía encontramos profesionales de la educación que carecen de las herramientas necesarias para comprender, observar o acompañar a sus alumnos cuando presentan comportamientos distintos a lo habitual. Esto resulta contradictorio en una época en que la tecnología ofrece acceso inmediato a información y recursos. Fundaciones, medios de comunicación y plataformas digitales ponen al alcance del educador materiales actualizados y gratuitos que facilitan su formación continua.
Si bien existen especialistas cuya función es elaborar diagnósticos detallados, esto no exime al resto del personal docente de la responsabilidad de crear un ambiente inclusivo y diverso en el aula. El clima escolar influye de manera directa en el aprendizaje y en el desarrollo socioemocional de los estudiantes, por lo que todos los actores deben involucrarse.
La capacitación continua le da al maestro la posibilidad de convertirse en un primer filtro. Puede orientar a los padres, que muchas veces por desconocimiento no logran identificar la atención adecuada para sus hijos. No se trata de sustituir al especialista, sino de saber distinguir cuándo estamos ante una conducta, un diagnóstico o una dificultad que requiere derivación.
Ese discernimiento temprano es el instrumento más valioso que deben poseer los centros escolares. Cuanto antes se detecten estas situaciones, mayores serán las oportunidades de intervenir con profesionales idóneos y mejores los resultados en el desarrollo integral de los estudiantes. Ignorar las señales, en cambio, es condenarlos a un rezago que pudo evitarse.
La autora es maestra de matemáticas.
