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Encuentro Trump-Putin: ¿Otro Múnich?

El próximo 15 de agosto se celebrará una reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin para buscar un consenso o, al menos, lograr un alto al fuego entre Rusia y Ucrania. Tendrá lugar en Alaska, territorio que, curiosamente, perteneció al Imperio ruso. Trump había amenazado a Rusia con imponer nuevas sanciones si no cesaban las hostilidades, pero, volátil como es, aceptó un encuentro con Putin. El líder ruso ha dejado claro que de ninguna manera cederá Crimea —anexada ilegalmente por Rusia en 2014— ni la región oriental conquistada en esta guerra, conocida como Donbás. El otro contendiente, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, ni siquiera ha sido invitado a una cita donde podría decidirse el destino de su país.

Según el periodista Marc Santora, Zelenski “teme que el Kremlin va a tratar de convencer al presidente Trump, en Alaska, de que Ucrania —no Rusia— es el obstáculo para lograr la paz”. No se puede recompensar la agresión expansionista del régimen ruso, y mucho menos con territorio anexado ilegalmente.

¿Qué pretende Rusia? En primer lugar, quedarse con el territorio que ya ha conquistado; en segundo, obtener una neutralidad declarada por Ucrania (lo que, asumo, impediría su ingreso a la OTAN); y, por último, el derecho de vetar el tamaño del ejército ucraniano. ¿Todo esto suena familiar?

Retrocedamos a septiembre de 1938. El régimen nazi ya se había anexado Austria, y la siguiente víctima prevista, en el llamado militar “Caso Verde”, era Checoslovaquia. Hitler exigía que ese país le cediera la región de los Sudetes, donde vivía una importante población germanoparlante. Esta zona, bastante montañosa, había servido desde la Edad Media como límite natural; para los checos era fundamental, pues representaba una barrera contra una eventual embestida de tanques alemanes.

Hitler lanzaba constantes amenazas de guerra y presionaba a las vacilantes democracias de Europa Occidental, principalmente a Gran Bretaña y Francia. En la decisiva reunión celebrada en Múnich entre Neville Chamberlain (Gran Bretaña), Édouard Daladier (Francia), Benito Mussolini (Italia) y Adolf Hitler (Alemania) —donde se decidiría el futuro de Checoslovaquia—, los checos ni siquiera fueron invitados. Sus representantes fueron mantenidos en una sala aparte. Finalmente, se les convocó de madrugada con el resultado y un ultimátum: Gran Bretaña y Francia, con la excusa de evitar una segunda guerra mundial, habían aceptado todas las demandas de Hitler. El ultimátum establecía que Checoslovaquia debía resistir sola o someterse a la anexión.

Cabe resaltar que Checoslovaquia contaba con un ejército moderno y bien preparado, y que Francia tenía entonces una de las fuerzas armadas más poderosas del mundo. Incluso la Unión Soviética se había ofrecido a defender a los checos. Sin embargo, Chamberlain fue recibido como héroe en Londres, proclamando su famosa frase “paz en nuestro tiempo”.

A principios de 1939, y faltando a sus promesas de no agresión, Hitler invadió lo que quedaba de la amputada República Checa. Meses después, exigió a Polonia el corredor de Dánzig. Al no obtenerlo, y pese a las advertencias conjuntas de Gran Bretaña y Francia de que esta vez sí cumplirían sus garantías, Alemania invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939, desencadenando la Segunda Guerra Mundial. A la vergonzosa política de las democracias occidentales se le dio el nombre de appeasement, o apaciguamiento.

Ojalá no ocurra lo mismo con Ucrania y que la lección de 1938 haya sido aprendida.

El autor es internacionalista.


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